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viernes, 24 de diciembre de 2010

Kate - Un caso de tantos



Más música de Kate en su Myspace:
http://www.myspace.com/ktmzk

martes, 21 de diciembre de 2010

Conseguir la perfección

La perfección del que imparte órdenes es ser pacífico
La perfección del que combate, carecer de cólera
La perfección del que quiere vencer, no luchar
La perfección del que sirve a los hombres, ponerse debajo de ellos
Visto en El Blog Alternativo

domingo, 12 de diciembre de 2010

El gran casino europeo

¿Cómo convertir deuda privada en deuda pública?



Visto en Documentales naturaleza,ciencia y energia

lunes, 6 de diciembre de 2010

Secretos


Visto aquí

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Batman

Visto en Cuánta razón.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Gizmo

Descansa en paz dulce príncipe.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Iluminación

Dios ilumina,
pero raramente sobreexpone.

Escuchado en Ciudad K, Capítulo 2.

viernes, 15 de octubre de 2010

Profetas

Huye de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia.

lunes, 11 de octubre de 2010

Tras los dibujos

Genial la cabecera de Los Simpson hecha por el artista grafitero Banksy.

domingo, 10 de octubre de 2010

Lo que merecemos y lo que necesitamos

No siempre coinciden lo que merecemos y lo que necesitamos.

Hijo: ¿Por qué huye papá?
Gordon: Porque tenemos que perseguirle.
Hijo: Pero si no ha hecho nada malo.
Gordon: Porque es el héroe que Gotham se merece, pero no el que necesita ahora mismo.
Así que lo perseguiremos, porque él puede resistirlo, porque no es un héroe.
Es un guardián silencioso, un protector vigilante, un Caballero Oscuro.
Extraído de El caballero oscuro

http://www.youtube.com/watch?v=zAaMk2gzXKE

viernes, 8 de octubre de 2010

Paradojas

miércoles, 6 de octubre de 2010

Explora. Sueña. Descubre!

Dentro de veinte años estarás más arrepentido de las cosas que no hiciste que de las que hiciste. Así que líbrate de las ataduras. Navega lejos del puerto seguro. Atrapa las huellas del viento en tus velas. Explora. Sueña. Descubre.

lunes, 4 de octubre de 2010

Sin exagerar

Nadie es tan feo como en su DNI, tan guapo como en su Facebook, tan guay como en su Twitter, ni tan bueno como en su CV.
Visto en Microsiervos.

domingo, 3 de octubre de 2010

Haciendo "fotacas"



Visto en fogonazos.

martes, 28 de septiembre de 2010

Phoenix-Fly: The Need 4 Speed

Otro vídeo de wingsuit. Decir que es espectacular... es poco.

Querer y sufrir

Utilizando el diccionario predictivo T9 que llevan incorporado muchos teléfonos móviles, las palabras queriendo y sufriendo se escriben exactamente igual.
¡Ah, debe ser una señal de lo complicado que es el amor!

Visto en Microsiervos

viernes, 17 de septiembre de 2010

El mayor placer

El mayor placer de un hombre inteligente es aparentar ser idiota delante de un idiota que aparenta ser inteligente.
Anónimo

jueves, 9 de septiembre de 2010

En tu funeral solo tus verdaderos amigos se quedarán

Dicen que es el mejor anuncio del siglo XXI...
No sé pero desde luego es muy bueno.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Luchar es vivir



... y qué gran verdad que es.

Visto en Ver y Actuar

martes, 7 de septiembre de 2010

Inspired Bicycles - Danny MacAskill April 2009

En mis tiempos mozos Ot Pi nos dejaba con la boca abierta con sus habilidades sobre la bici.
Un número indeterminado de años después, el nivel ha subido y muchísimo... Danny MacAskill ha subido muchísimo el listón:



lunes, 6 de septiembre de 2010

Buenos sitios para dormir

Sitios en los que no debería dormir el gato, pero...

funny pictures of cats with captions
see more Lolcats and funny pictures

martes, 31 de agosto de 2010

lunes, 30 de agosto de 2010

Klaus Kinski

Klaus Kinski, actor de indudable talento, nos ha dejado grandes interpretaciones, pero lo que sin duda más le ha hecho famoso han sido sus idas de olla, brotes esquizoides o como quiera que lo queramos llamar.



En el recomendable documental "Mi enemigo íntimo" el director Werner Herzog, que trabajó bastante con él, nos cuenta anécdotas sobre la relación de amor odio que tenían.
Como ejemplo de relación, veamos lo que escribía Klaus Kinski en su autobiografía "Yo necesito amor" sobre Werner Herzog:
Es un individuo miserable, se me pega como una mosca cojonera, rencoroso, envidioso, apestoso a ambición y codicia, maligno, sádico, traidor, chantajista, cobarde y un farsante de la cabeza a los pies. Su supuesto "talento" consiste únicamente en torturar criaturas indefensas y, si hace falta, matarlas de cansancio o asesinarlas. Nadie ni nada le interesa, a excepción de su penosa carrera de supuesto cineasta. Impulsado por un ansia patológica de causar sensación, provoca él mismo las más absurdas dificultades y peligros y pone en juego la seguridad e incluso la vida de otros, sólo para después poder decir que él, Herzog, ha domeñado fuerzas aparentemente insuperables. Para sus películas echa mano de personas poco desarrolladas mentalmente y de diletantes, a los que puede manejar a su antojo (¡y, supuestamente, hipnotizar!), y a los que paga un salario de hambre, eso si les paga. El resto son tullidos y abortos de todo tipo, a fin de parecer interesante. No tiene la menor idea de cómo se hace una película. Ya ni intenta darme instrucciones. Hace tiempo que ha renunciado a preguntarme si estoy dispuesto a llevar a cabo sus aburridas chorradas, ya que le tengo prohibido hablar.
Ahora detesto a muerte a ese asesino de Herzog. Le grito a la cara que tengo ganas de verle reventar como la llama que ha hecho ejecutar. ¡Que lo tiren vivo a los cocodrilos! ¡Que lo estrangule una anaconda! ¡Que la picadura de una araña venenosa le deje sin respiración! ¡Que le revienten los sesos por la mordedura de la serpiente más venenosa que exista! No quiero que las garras de una pantera le rajen el gaznate; eso sería demasiado bueno para él. No. ¡Prefiero que las grandes hormigas rojas se le meen en los ojos y se le coman los huevos y las tripas en vida! ¡Que coja la peste! ¡La sífilis! ¡La malaria! ¡La fiebre amarilla! ¡La lepra! Pero es en vano. Cuanto más le deseo la más cruel de las muertes, menos consigo librarme de él.

No es de extrañar que en el rodaje de Fitzcarraldo, en la que usó a indígenas como figurantes, estos se ofrecieron a Werner para matar a Klaus. Werner les respondió que ya se encargaría el mismo. Seguro que ganas no le faltaron.

Como suele pasar, hubo gente que supo cogerle el punto y aprovechar sus dotes interpretativas, como el director Jesús Franco:





Extractos de su autobiografía.

viernes, 27 de agosto de 2010

Amigos


Cuando uno de mis amigos se crea enemigos yo los convierto en mis enemigos... y a ese le temen.

Lo decía Marlon Brando (Don Vito Corleone) en El Padrino.

jueves, 26 de agosto de 2010

Estamos rodeados!

Esta animación muestra los asteroides que se han ido descubriendo en nuestro Sistema Solar desde 1980 hasta la actualidad. Recordatorio: la Tierra es el tercer planeta desde el Sol. En verde aparecen los asteroides normales y corrientes; los rojos son los que cruzan la órbita de la Tierra. Los ocasiones flashes que se ven corresponden con oleadas de descubrimientos, que curiosamente suelen producirse en la región opuesta al Sol, vistos desde nuestro planeta. La movidilla interesante comienza a finales de los 90; la cifra actual ya llega al medio millón.



Visto en Microsiervos.com

jueves, 19 de agosto de 2010

Simon's Cat: 'La Caja'

martes, 17 de agosto de 2010

lunes, 16 de agosto de 2010

Filosofía vegana

Pues eso, un buen vídeo sobre filosofía vegana.

viernes, 13 de agosto de 2010

Iceland por Gunnar Konradsson

Viendo estos vídeos de Gunnar Konradsson está claro que hay que ir a Islandia.





jueves, 12 de agosto de 2010

Reputación y honor

La reputación es lo que los demás saben de ti. El honor es lo que tú sabes de ti mismo. 
Visto en Microsiervos

miércoles, 11 de agosto de 2010

La religión en España

Interesante artículo donde, basándose en las encuestas del CIS, se muestra el estado de las creencias religiosas en España.

El artículo completo se puede leer en el interesante blog La Ciencia y sus demonios.

martes, 10 de agosto de 2010

Cantos de focas

Tras volver a ver el genial documental Encuentros en el Fin del Mundo, de Werner Herzog, he vuelto a sorprenderme con la parte en la que se muestra el sonido de las focas grabado bajo el agua. Resulta increíble que un mamífero pueda producir un sonido que perfectamente podría salir de un sintetizador Moog en un concierto de música electrónica.





Relacionado:

lunes, 9 de agosto de 2010

El dinero es deuda II

Segunda parte del interesante documental que nos cuenta el lado oscuro del dinero.

















Primera parte. El dinero es deuda I.

jueves, 5 de agosto de 2010

Entrevista a Jordi Portabella

Interesante entrevista a Jordi Portabella, presidente del grupo municipal de ERC en Barcelona pero también biólogo de formación y un activo defensor de los derechos de los animales.

Los taurinos defienden que los animales están para servir a los humanos.

Esta es una diferencia ética fundamental entre abolicionistas y taurófilos. Inicialmente, la especie humana creyó que el planeta era plano, después se supo que no, que era redondo. Después que la tierra era el centro del universo y resultó que no, que da vueltas al sol. Ahora hay que entender que no somos la única especie inteligente y sensible del planeta aunque seamos la más inteligente y la más sensible. ¡Sin duda!

Se puede leer completa en Publico.es

miércoles, 4 de agosto de 2010

La base moral del vegetarianismo

Discurso de Mohandas Karamchand (Mahatma) Gandhi en una reunión social organizada por la Sociedad Vegetariana de Londres el 20 de noviembre de 1931. Publicado en EVU News, Núm. 1 /1998


Señor presidente, compañeros vegetarianos y amigos:

No tengo que decirles que tan complacido estuve cuando recibí la invitación para estar presente en esta reunión, pues reviví viejos recuerdos y agradables reminiscencias de amistades que establecí con vegetarianos. Me siento especialmente distinguido al encontrar a mi derecha al señor Henry Salt. Fue el libro del señor Salt Una petición por el vegetarianismo, el que me mostró porqué aparte de un hábito heredado, y de la adhesión a un voto que me fue impartido por mi madre, tenía razones para ser vegetariano. Me enseñó porqué era un deber moral concerniente a los vegetarianos el no vivir por la muerte de nuestros amigos los animales. Por tal motivo, para mí es de mucho agrado tener al señor Salt entre nosotros.

No pretendo ocupar su tiempo expresándoles mis experiencias con el vegetarianismo, ni tampoco quiero hablarles de la gran dificultad que enfrenté en el propio Londres para permanecer firme en él, pero sí me gustaría compartir con ustedes algunos de los pensamientos que he desarrollado con respecto a este. Hace cuarenta años solía mezclarme libremente con vegetarianos. En ese momento había apenas un restaurante vegetariano en Londres que no había visitado. Y me propuse por curiosidad, y para estudiar las posibilidades del vegetarianismo y de los restaurantes vegetarianos en Londres, visitar cada uno de ellos. Naturalmente, entré en estrecho contacto con muchos vegetarianos. Al estar en las mesas, me di cuenta que la conversación trataba en su mayor parte sobre la alimentación y las enfermedades. También pude ver que los vegetarianos que se esforzaban para mantenerse en su vegetarianismo, encontraban muy difícil hacerlo desde el punto de vista de la salud.

No sé si hoy en día ustedes tengan ese tipo de debates, pero yo acostumbraba a asistir en esa época a discusiones sostenidas entre los propios vegetarianos, y entre vegetarianos y no-vegetarianos. Recuerdo un debate similar entre el Dr. Densmore y el fallecido Dr. T. R. Allinson. En ese entonces, los vegetarianos tenían el hábito de hablar nada más que sobre la alimentación y las enfermedades. Yo condisero que esa es la peor manera de ocuparse de este asunto. También veo que aquellas personas que se vuelven vegetarianas porque están padeciendo alguna enfermedad o algo parecido —es decir, solamente desde el punto de vista de la salud—, son las que se retiran en mayor medida. Descubrí que para permanecer firme en el vegetarianismo, un hombre requiere una base moral.

Para mí, ese fue un gran descubrimiento en mi búsqueda de la verdad. A temprana edad, en el curso de mis experimentos, me di cuenta que una base egoísta no serviría para conducir a un hombre hacia lo más alto en los caminos de la evolución. Lo que se requería era un propósito altruista. También me di cuenta que la salud no era un monopolio exclusivo de los vegetarianos. Encontré que muchas personas no se inclinaban hacia una u otra dirección, y que los no-vegetarianos mostraban, generalmente hablando, una buena salud. Igualmente pude observar que para algunos vegetarianos era imposible seguir siéndolo porque habían hecho de la comida un fetiche y porque pensaban que volviéndose vegetarianos podrían comer tantas lentejas, judías, fríjoles y queso como quisieran. Pero desde luego, aquellas personas quizá no podrían mantenerse saludables.

Al observar a lo largo de estas líneas, me percaté que un hombre debe comer con moderación y de vez en cuando ayunar. Ningún hombre o mujer comió realmente con moderación o consumió simplemente aquella cantidad que el cuerpo requiere y nada más. Fácilmente caemos víctimas de las tentaciones del paladar y, por consiguiente, cuando algo sabe delicioso, no nos importa tomar uno o dos bocados más. Pero ustedes no pueden mantenerse saludables bajo esas circunstancias. Por lo tanto, descubrí que para mantener la salud, sin importar lo que comieran, era necesario reducir la cantidad de alimento y el número de comidas. Vuélvasen moderados: fallen en el lado de lo menos, en vez de hacerlo en el lado de lo más. Cuando invito amigos a participar de mis comidas nunca los presiono para que tomen algo, excepto lo que ellos exijan. Al contrario, les digo que no tomen algo si no lo desean.

Lo que quiero que comprendan es que los vegetarianos necesitan ser tolerantes si quieren convertir a otros al vegetarianismo. Tengan un poco de humildad. Debemos apelar al sentido moral de las personas que no están de acuerdo con nosotros. Si un vegetariano enfermara y un doctor le prescribiera caldo de carne, entonces no lo llamaría un vegetariano. Un vegetariano se hace de un material más fuerte. ¿Por qué? Porque es para la edificación del espíritu y no del cuerpo. El hombre es más que carne. El espíritu del hombre es lo que nos interesa. Por lo tanto, los vegetarianos deberían tener esa base moral, porque un hombre no nació como un animal carnívoro, sino que nació para vivir de las frutas y las hierbas que la tierra produce. Sé que todos debemos cometer errores. Yo dejaría la leche si pudiera, pero no puedo. Lo he intentando cientos de veces. Después de una seria enfermedad no pude recobrar mis fuerzas a menos que volviera a tomar leche. Ésa ha sido la tragedia de mi vida. Pero la base de mi vegetarianismo no es física, sino moral. Si alguien dijera que voy a morir si no como caldo de carne o carne de cordero, incluso por consejo médico, preferiría morir. Ésa es la base de mi vegetarianismo.

Me gustaría opinar que todos aquellos que nos autonombramos vegetarianos deberíamos tener esa base. Había miles de carnívoros que no continuaron comiendo carne. Debe haber una razón clara para que hagamos ese cambio en nuestras vidas, para que adoptemos hábitos y costumbres diferentes a los de la sociedad, aunque a veces ese cambio pueda molestar a nuestros más allegados y queridos. Por nada del mundo deberían sacrificar un principio moral. Por consiguiente, la única base para tener una sociedad vegetariana y para proclamar un principio vegetariano es, y debe ser, una base moral. No voy a decirles, según lo que he visto y he recorrido por el mundo, que los vegetarianos, en general, disfruten de una mejor salud que los carnívoros. Pertenezco a un país que en su mayoría es vegetariano por hábito o por necesidad. Por lo tanto, no puedo declarar que eso demuestre una mayor resistencia, un mayor ánimo, o una mayor inmunidad contra las enfermedades, ya que eso es algo particular y personal. Requiere obediencia, y una escrupulosa obediencia, a todas las leyes de higiene.

De hecho, pienso que lo que los vegetarianos deben hacer es no destacar las implicaciones físicas del vegetarianismo, sino observar las implicaciones morales. Aunque todavía no hemos olvidado que tenemos muchas cosas en común con los animales, no tenemos completamente en cuenta que hay ciertas cosas que nos diferencian de ellos. Claro está que tenemos animales vegetarianos como la vaca y el toro —los cuales son mejores vegetarianos que nosotros—, pero hay algo mucho más noble que nos llama al vegetarianismo. Por consiguiente, pensé darle énfasis únicamente a la base moral del vegetarianismo durante los pocos minutos en que tendría el privilegio de hablarles. Y diría que he comprobado por mi propia experiencia y por la experiencia de miles de amigos y compañeros, que ellos encuentran satisfacción, hasta donde concierne al vegetarianismo, de la base moral que han escogido para mantenerlo. Para terminar, les agradezco a todos por venir aquí y permitirme ver personas vegetarianas cara a cara. No puedo decir que solía reunirme con ustedes hace 40 o 42 años. Supongo que los rostros de la Sociedad Vegetariana de Londres han cambiado. Hay muy pocos miembros que como el Señor Salt pueden afirmar que su relación con la Sociedad se extiende por más de 40 años.


El Señor Henry S. Salt fue Maestro Auxiliar en Eaton entre 1875 y 1884, Secretario Honorario de la Liga Humanitaria entre 1891 y 1919. Ha sido vegetariano por más de 50 años y nunca ha tenido razón para dudar de la superioridad de esta dieta. Tenía ochenta años en el momento del discurso de Gandhi y era una escritor cuya opinión de la actual «civilización» puede apreciarse en el título de su libro Setenta años entre salvajes.

Visto en RespuestasVeganas.org

martes, 3 de agosto de 2010

Las líneas invisibles

Ejemplares palabras del músico griego Yanni en uno de sus conciertos.

domingo, 1 de agosto de 2010

Educando a los niños

Viendo la opinión de muchos de los partidarios de las corridas de toros da la sensación de que de pequeños vieron este corto de Disney (Fernando, el toro. Oscar al mejor cortometraje de animación de 1938) y se lo creyeron.



Se trata de un corto de Disney y no se le puede pedir peras al olmo, pero me pregunto qué efecto tiene para los niños el ver que los toros se pelean por ser elegidos para la corrida, lo felices que van a la plaza y omitir lo que en realidad significa una corrida de toros para un dicho animal. Siendo igualmente dibujos animados, prefiero la visión que se da de "la fiesta" en estos otros dibujos animados.



Por cierto que muy instructivo el detalle de los corchos colgados cual manzanas o peras en el alcornoque. Ya tenemos resuelta la duda de dónde venían los corchos.

sábado, 31 de julio de 2010

Ideas falsas

Es preferible no tener ideas que tener ideas falsas;
no creer en nada que creer en algo erróneo.

Visto en La ciencia es bella.

viernes, 30 de julio de 2010

El temerario

En el episodio 2x06. "Bart, el temerario" de Los Simpson, Bart queda sorprendido al ver a Lance Murdock, un temerario profesional que parece inspirado en Evel Knievel, y decide imitarlo.

En el siguiente vídeo Robbie Maddison realiza un espectacular salto de 85 metros.




Pa'habernos matao!

jueves, 29 de julio de 2010

Gracias

Viñeta de Forges de hoy en El País.

Tridente o tenedor

Tres puntas no es un tenedor. Tres puntas es un tridente.
Con los tenedores se come. Con los tridentes se reinan los siete mares.
Lo decía Sheldon Cooper en The Big Bang Theory, episodio 2x06 - El Teorema de Cooper-Nowitzki.

miércoles, 28 de julio de 2010

Cataluña prohíbe las corridas de toros

La noticia del día, del mes y para muchos del año es que Cataluña ha prohibido las corridas de toros.
Viendo los comentarios de los políticos y alguna gente de la calle me queda claro que o no han entendido nada o no se ha sabido transmitir la clave del problema. Prohibir las corridas de toros no es violar el derecho de las personas a elegir el ir o no a las corridas. Es reconocer el derecho del toro a la vida y a no ser torturado. Derecho que según la legislación española ya tienen el resto de animales excepto el toro de lidia.

El lado oscuro de la granja

Gracioso vídeo que parodia a la gran Star Wars.



Visto en Grupos de Consumo Agroecológico.

domingo, 25 de julio de 2010

El comportamiento de los toros en las corridas

Comparecencia en el Parlamento de Cataluña el 3 de Marzo de 2010

Gracias Sra. Presidenta, señoras y señores diputados, organizaciones y público asistente.

Mi participación en estas sesiones está encaminada a ayudar a dar un contexto científico a la propuesta de ley de prohibir las corridas de toros. Concretamente, mi contribución será desde el campo de la Etología, que es la ciencia que estudia el comportamiento animal de forma comparada.

Cuando cualquier gobierno se plantea la posibilidad de prohibir una actividad debido a una posible existencia de problemas graves de bienestar animal, la opinión de etólogos es muy relevante.

En estos casos, la pregunta que los políticos tendrían que hacer los etólogos es: ¿observando el comportamiento de los animales en cuestión y comparándolo con el comportamiento de otros, se puede llegar a la conclusión de que tales animales sufren desde un punto de vista individual y / o desde un punto de vista colectivo? Yo responderé a esta pregunta con mi intervención.

Hoy en día ya sabemos que existen tres tipos de sufrimiento animal: fisiológico, neurológico y psicológico. El primero se crea cuando hay una enfermedad física, el segundo cuando hay dolor, y el tercero cuando hay un estado mental de estrés, depresión, o psicopatía. Los etólogos podemos detectar este tipo de sufrimiento gracias a cuatro herramientas a nuestra disposición: las expresiones faciales, las vocalizaciones, el lenguaje corporal, y el comportamiento en relación al entorno. Yo he usado estas cuatro herramientas cuando he observado los toros.

Las expresiones faciales son mucho más útiles para especies sociales en las que la visión es el sentido más desarrollado, como el caso de los primates. Los toros, por ser de una especie del orden de los artiodáctilos, aunque sí son sociales el sentido de la visión no es el más desarrollado, y por tanto tienen menos expresiones faciales. Sin embargo, cuando he observado en detalle las grabaciones de las corridas de toros que he presenciado, he encontrado expresiones faciales de dolor (boca abierta, ojos cerrados, etc.), especialmente en los momentos cuando las armas (puya, banderillas, estoque o puntilla) son clavadas.

Pero hay una expresión facial que se puede observar en todos los toros en corridas de toros, y que indica un sufrimiento fisiológico. Hacia el final de la 'corrida', en el tercer tercio, se puede ver que el toro tiene la boca abierta y la lengua fuera. Esta es una expresión de agotamiento, indicando que la fisiología del animal tiene dificultades para mantener la temperatura de su cuerpo suficientemente baja para evitar un colapso. La familia de los bóvidos, en la que los toros pertenecen, tienen, relativamente hablando, un mecanismo no muy eficiente para rebajar la temperatura del cuerpo cuando se llega a una situación de hipertermia, ya que no sudan mucho como los caballos y no tienen una lengua muy larga para eliminar calor como los cánidos (perros o lobos). En otras palabras, los bóvidos, dada su masa y sus mecanismos para controlar la temperatura, se agotan muy rápidamente. Este 'defecto' es el que aprovechan depredadores naturales como son los lobos, que tienen una resistencia física mucho más duradera, y en nuestro caso los toreros, que utilizan los dos primeros 'tercios' de la corrida por agotar al toro.

Como el sentido del oído sí está bastante desarrollado en artiodáctilos (ya que a menudo son presas de depredadores, y por tanto es un sentido útil para defensa), en aquellos que son sociales, como es el caso de los toros, se esperaría que debería haber vocalizaciones que expresen sufrimiento. Esto es precisamente lo que he encontrado. Los bramidos que se escuchan durante las corridas de toros son una clara expresión de que el toro está pasando por una situación adversa que intenta evitar, que es precisamente el significado biológico y evolutivo del sufrimiento. Claramente los bramidos aparecen sólo cuando el toro se ha separado de sus compañeros de rebaño, y se enfrenta a una situación adversa que puede ser un entorno hostil o desconocido, o la provocación de los hombres o los caballos. Como el toro es un animal social, el mensaje del bramidos está destinado a sus compañeros de rebaño (los otros toros que viajaron con él en la plaza desde la dehesa, y que el toro puede todavía oler porque están próximos) y puede significar tanto un mensaje de alerta (por ejemplo "no vengáis aquí porque hay peligro"), o, más probable, una llamada de ayuda (por ejemplo "venid a ayudarme, me están atacando").

Sea cual sea el significado preciso, los bramidos informan de una situación adversa que el toro intenta evitar, y como el resultado de estas vocalizaciones es un fracaso (ni otros toros vienen a ayudarle ni la situación mejora), la frustración, añadida a la situación adversa de por sí, nos permite concluir que estas vocalizaciones, cuando realizadas en la arena de la plaza, son una expresión de sufrimiento.

La tercera herramienta etológica, el lenguaje corporal, también nos hace concluir que el toro sufre. Esta herramienta analiza la posición relativa de diferentes extremidades y partes del cuerpo unas respecto a otras. En otras palabras, las posturas de los animales. Hay una postura en la que el toro gira su cabeza hacia su espalda. Esto pasa cuando le acaban de clavar las banderillas o el estoque. La función de esta postura es claramente intentar sacar con sus cuernos lo que le está produciendo dolor. Esta interpretación se refuerza con el comportamiento asociado de saltar y moverse bruscamente de un lado a otro, y debido a que sabemos que el toro tiene muchos nervios del dolor en la zona donde estas armas están clavadas.

La cuarta y última herramienta etológica es el comportamiento del toro en relación a su entorno. Si un animal se encuentra en un entorno que le genera sufrimiento, su respuesta comportamental será o bien intentar cambiar de entorno, huyendo; o bien modificarlo eliminando aquellos aspectos de éste que son la causa del sufrimiento. Esto es precisamente lo que hace el toro de lidia. Hay varios casos documentados, los cuales yo también he sido testigo directo, que muestran que si se le da al toro la posibilidad de huir de la plaza, él elige huir. La plaza está diseñada precisamente para no darle al toro esta posibilidad. Por eso la puerta del 'toril', por donde el toro ha salido a la arena, se camufla con el resto de la plaza y el toro no la ve una vez ya se ha cerrado. Por eso la plaza es circular, para que el toro pierda su orientación y no se refugie en ninguna esquina (como solía pasar cuando las plazas eran cuadradas). Por eso la valla de madera ( "las tablas") es muy alta. Aún así, la motivación de escapar es tan grande que algunos toros saltan la valla, y sólo vuelven a la arena cuando son forzados con más dolor del que sufrían cuando estaban en ella.

Como al toro no se le da normalmente la posibilidad de huir, sólo le queda la opción de modificar el entorno eliminando aquellos aspectos de éste que son la causa de su sufrimiento. En este caso los toreros y los caballos. La embestida de los toros, a menudo erróneamente interpretada como un ataque, es en realidad un comportamiento defensivo encaminado a apartar al agresor del entorno donde el toro se encuentra.

A veces, el toro 'avisa' de forma instintiva con una embestida ritualizada que coincide con lo que los etólogos describimos como 'comportamiento ambivalente'. El toro, sin cambiar de lugar, y respirando profundamente, rasca el suelo con las patas delanteras, con la cabeza baja, en la dirección del elemento del entorno que intenta modificar (el torero o el caballo). Es lo que los taurófilos llaman 'escarbar'. Se trata de una amenaza ritualizado realizada esperando que no hará falta un enfrentamiento físico. Como los caballos o humanos no desaparecen con este comportamiento, el toro no le queda más remedio que embestir, intentando apartar el peligro directamente con sus cuernos. Este comportamiento es el que el torero quiere crear, y no dejará de provocar al toro hasta que tenga lugar (y cuando pasa, 'engaña' al toro haciéndole pensar que es el 'capote' o la 'muleta' lo que le está amenazante). Así pues, la embestida de los toros en la arena es un comportamiento de defensa que indica que el toro está sufriendo tanto psicológicamente como físicamente. Psicológicamente ya desde el principio de la carrera, ya que encima del miedo por encontrarse con un lugar lleno de gente gritando donde no puede huir o esconderse (lo que es especialmente negativo en el caso de los toros de lidia que se han criado en una situación de poco contacto humano y poca restricción física), debemos añadir el estrés causado por el transporte, la separación del resto del rebaño, y la situación de confinamiento extrema en los espacios donde se pone al toro inmediatamente antes de dejarlo salir a la arena.

La confirmación de que la embestida del toro es un mecanismo de defensa se encuentra cuando comparamos el comportamiento del toro de lidia con el comportamiento de otros animales en situaciones similares. Por ejemplo, tenemos el caso de los ciervos, que también pertenecen al orden Artiodáctilos y que, aunque pertenezcan a otra familia (los Cérvidos) también tienen el problema de agotarse rápidamente debido a hipertermia. Cuando ciervos son cazados por lobos, o también cuando son cazados por humanos, como el caso de la caza del ciervo a caballo y con perros - que era muy tradicional en Inglaterra pero que se prohibió en el 2004 junto con la caza del zorro o la liebre - su comportamiento de defensa se divide en dos partes. Primero, corriendo intentando escapar del depredador. Después, cuando ya se están agotando y no pueden correr más, volviéndose para intentar embestir a los perros o lobos con sus astas, a veces con bastante éxito hiriéndolos y acabando con la caza. Los cazadores ingleses llaman a esta segunda fase 'stag at bay', que se puede traducir como 'ciervo al acecho "o" ciervo mantenido a raya', y es cuando el cazador se acerca con una escopeta y dispara al ciervo. Por lo tanto, lo que vemos en las corridas de toros es el equivalente al 'toro at bay', la última fase de defensa que se manifiesta como último recurso cuando el toro no tiene más opción.

De hecho, en el pasado podíamos ver todo el proceso defensivo completo, ya que anteriormente no se transportaban los toros a la plaza con vehículos, pero se les hacía 'huir' hacia la plaza con los encierros (la primera fase de defensa), y entonces se les separaba y se les mataba en la corrida donde el toro embestía a los atacantes (la segunda fase de defensa). Precisamente como hoy aun se ve en San Fermín.

Así pues, desde de un punto de vista etológico yo no tengo ninguna duda de que todos los toros sufren como individuos en las corridas de toros, y que no hay ninguna modificación de las prácticas actuales en la arena que puede eliminar totalmente este sufrimiento.

Esto nos deja con la segunda parte de la pregunta inicial: ¿los toros sufren desde un punto de vista colectivo? Para responder a esta pregunta debemos averiguar que significa un colectivo de 'toros'. En este caso tenemos que ver cuál es la categoría taxonómica del toro de lidia. Este es un tema aun debatido en la comunidad científica que no parece ponerse de acuerdo con la clasificación precisa de estos animales, pero sí hay consenso en que pertenecen a la Orden Artiodáctilos, Familia Bóvidos, Sub-Familia Bovinos, y género Bos. Las discrepancias empiezan a nivel de especie, subespecie, raza, variedad, casta, etc. Hoy en día la mayoría de científicos aceptan que el toro de lidia pertenece o a al especie Bos taurus o Bos primigenius, y la subespecie Bos taurus taurus o Bos primigenius taurus, dependiendo de la especie que se acepte. Pero es importante destacar que todos los toros domésticos occidentales, tanto los de lidia como de carne, pertenecemos a estas subespecies, así que debemos ir aún más abajo en la clasificación para encontrar los toros de lidia. Es en este nivel donde no ni hay acuerdo sobre qué raza o variedad ellos pertenecen. Incluso no hay acuerdo si todos los toros de lidia son una raza. Por lo tanto, lo único que podemos decir con seguridad del 'colectivo' de toros de lidia es que son un grupo de bovinos domésticos creados por el hombre a través de selección artificial (como todos los toros que existen en el mundo hoy) , que se utiliza en la tauromaquia.

Por lo tanto no hay duda de que los toros de lidia no son ni una especie, ni una subespecie, y que son un producto de la actividad humana, no de la Naturaleza. Esto es importante porque uno de los sufrimientos posibles de un 'colextivo' de animales es el peligro de extinción, pero éste no se puede aplicar a los toros de lidia ya que este es un concepto que sólo puede aplicarse a subespecies, especies, y otros taxones superiores. Teniendo esto en consideración, dado que la especie a la que el toro de lidia pertenece tiene actualmente más de 1300 millones de individuos en el mundo, la minoría de los cuales utilizados en actividades taurinas, el peligro de extinción, con o sin tauromaquia, no es uno de los sufrimientos del toro de lidia.

Otro sufrimiento colectivo posible es la longevidad. Si una población de animales tiene su longevidad media reducida considerablemente por cualquier motivo, esto afecta su capacidad de reproducirse, y se podría hablar de que la población “sufre”un problema demográfico. Este sí es un tema aplicable al toro de lidia, ya que la longevidad de los individuos seleccionados para las corridas queda drásticamente reducida al menos una tercera parte de la longevidad a la que ellos podrían llegar. Los toros de lidia se matan cuando tienen tres, cuatro, cinco o como mucho seis años de edad, pero si la tauromaquia no existiera estos individuos podrían vivir 20 años o más. De hecho, la longevidad media de machos de la especie a la que los toros pertenecen es de 20 años en cautiverio.

Esta reducción artificial de longevidad tiene otra consecuencia para el colectivo de toros de lidia. Tiene un efecto negativo a la estructura social de los grupos. Cualquier especie social asume su equilibrio social con una combinación específica de miembros de diferentes edades y géneros. Si se elimina sistemáticamente un grupo demográfico específico, como es el caso de los machos de más de seis años, el grupo no puede conseguir la estabilidad social ideal y está siempre en una situación constante de reajuste, que explica cómo a veces hay muchas peleas entre machos en la dehesa. Estas peleas hacen que los ganaderos separen los machos del grupo, que no siempre ayuda a generar estabilidad. Añadido a esto, como después de generaciones de selección artificial los ganaderos de toros de lidia han estado intentando crear individuos que tienen más tendencia a defenderse embistiendo que corriendo, esto ha generado una respuesta inadecuada y no natural a las confrontaciones entre machos por hembras o por dominancia, que o bien crea más peleas y heridas entre individuos (sufrimiento físico), u obliga a los ganaderos a separar más los grupos (sufrimiento social).

En conclusión, desde un punto de vista etológico y zoológico yo no tengo ningún duda de que los toros de lidia sufren individualmente y colectivamente por causa de las corridas de toros, y por tanto la prohibición de estas actividades es la acción más coherente que una sociedad que le importa el bienestar animal y valora el patrimonio natural puede hacer.

Muchas gracias Sra. Presidenta, y señoras y señores diputados.
Jordi Casamitjana

Etólogo

Animal Protection Consultancy

London, UK

Visto en Blog Veterinario

martes, 20 de julio de 2010

Trabajos atontadores...

¿Cuál es el trabajo que más pueda atontar a una persona? Y encontré 3 respuestas: Cobrador de autopista de peajes, experto de una tienda de Apple y el trabajo de Penny. Como no me gusta tocar las monedas de otras personas y me niego a contribuir a la devaluación de la palabra experto... Aquí me tienes.

Lo decía Sheldon Cooper en The Big Bang Theory.

Visto en emezeta.com

lunes, 19 de julio de 2010

El arte no está en la herramienta

Un ESCRITOR preguntó: ¿Con qué cámara has hecho tan buena foto? Y el FOTÓGRAFO dijo: A mi me gustó tu libro ¿Qué maquina de escribir usaste?

Visto en Amazings.es

lunes, 5 de julio de 2010

Voces en imágenes

Interesante documental sobre los más famosos dobladores de películas.





El Doblaje es una base de datos de películas y sus actores de doblaje.

jueves, 24 de junio de 2010

Experiencia

La experiencia no es lo que te sucede, sino lo que haces con lo que te sucede.

viernes, 18 de junio de 2010

The Road



The Road es el segundo tema de la banda sonora compuesta por Nick Cave y Warren Ellis para la espectacular película The Road.

miércoles, 16 de junio de 2010

El amor

El amor no ha hecho nada por mi.
El amor me ha pegado, me ha violado, me ha llamado animal, me ha hecho sentir inútil, me ha hecho enfermar.
Lo decía Gabourey Sidibe en Precious.

lunes, 14 de junio de 2010

La codicia

¿Qué es la codicia? ¿De dónde nace? ¿Adónde nos conduce?
Etimológicamente procede del latín cupiditas, que significa “deseo, pasión”, y es sinónimo de “ambición” o “afán excesivo”. Así, la codicia es el afán por desear más de lo que se tiene, la ambición por querer más de lo que se ha conseguido. De ahí que no importe lo que hagamos o lo que tengamos; la codicia nunca se detiene. Siempre quiere más. Es insaciable por naturaleza. Actúa como un veneno que nos corroe el corazón y nos ciega el entendimiento, llevándonos a perder de vista lo que de verdad necesitamos para construir una vida equilibrada, feliz y con sentido.

Extraido de Anatomía de la codicia.

domingo, 13 de junio de 2010

El cuervo - Edgar Allan Poe

Una fosca media noche, cuando en tristes reflexiones,
sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones
inclinaba soñoliento la cabeza, de repente
a mi puerta oí llamar:
como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
mano tímida a tocar:
"¡Es — me dije — una visita que llamando está a mi puerta:
eso es todo y nada más!".

¡Ah! Bien claro lo recuerdo: era el crudo mes del hielo,
y su espectro cada brasa moribunda enviaba al suelo.
Cuán ansioso el nuevo día deseaba, en la lectura
procurando en vano hallar
tregua a la honda desventura de la muerte de Leonora;
la radiante, la sin par
vírgen pura a quien Leonora los querubes llaman, hora
ya sin nombre... ¡nunca más!

Y el crujido triste, incierto, de las rojas colgaduras
me aterraba, me llenaba de fantásticas pavuras,
de tal modo que el latido de mi pecho palpitante
procurando dominar,
"¡es, sin duda, un visitante —repetía con instancia—
que a mi alcoba quiere entrar:
un tardío visitante a las puertas de mi estancia...,
eso es todo, y nada más!".

Paso a paso, fuerza y bríos
fue mi espíritu cobrando:
"Caballero —dije— o dama:
mil perdones os demando;
mas, el caso es que dormía,
y con tanta gentileza
me vinisteis a llamar,
y con tal delicadeza
y tan tímida constancia
os pusísteis a tocar,
que no oí" —dije— y las puertas
abrí al punto de mi estancia;
¡sombras sólo y...
nada más!

Mudo, trémulo, en la sombra por mirar haciendo empeños,
quedé allí, cual antes nadie los soñó, forjando sueños;
más profundo era el silencio, y la calma no acusaba
ruido alguno... Resonar
sólo un nombre se escuchaba que en voz baja a aquella hora
yo me puse a murmurar,
y que el eco repetía como un soplo: ¡Leonora...!
esto apenas, ¡nada más!
A mi alcoba retornando con el alma en turbulencia,
pronto oí llamar de nuevo, —esta vez con más violencia,
«De seguro —dije— es algo que se posa en mi persiana,
pues, veamos de encontrar
la razón abierta y llana de este caso raro y serio,
y el enigma averiguar.
¡Corazón! Calma un instante, y aclaremos el misterio...
—Es el viento— y nada más!»

La ventana abrí —y con rítmico aleteo y garbo extraño,
entró un cuervo majestuoso de la sacra edad de antaño.
Sin pararse ni un instante ni señales dar de susto,
con aspecto señorial,
fué a posarse sobre un busto de Minerva que ornamenta
de mi puerta el cabezal;
sobre el busto que de Palas la figura representa
fué y posóse —¡y nada más!

Trocó entonces el negro pájaro en sonrisas mi tristeza
con su grave, torva y seria, decorosa gentileza;
y le dije: «Aunque la cresta calva llevas, de seguro
no eres cuervo nocturnal,
viejo, infausto cuervo obscuro, vagabundo en la tiniebla...
Dime: —«¿Cuál tu nombre, cuál
en el reino plutoniano de la noche y de la niebla?...»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!.»

Asombrado quedé oyendo así hablar al avechucho,
si bien su árida respuesta no expresaba poco o mucho;
pues preciso es convengamos en que nunca hubo criatura
que lograse contemplar
ave alguna en la moldura de su puerta encaramada,
ave o bruto reposar
sobre efigie en la cornisa de su puerta, cincelada,
con tal nombre: «¡Nunca más!».

Mas el cuervo, fijo, inmóvil, en la grave efigie aquella,
sólo dijo esa palabra, cual si su alma fuese en ella
vinculada —ni una pluma sacudía, ni un acento
se le oía pronunciar...
Dije entonces al momento: «Ya otros antes se han marchado,
y la aurora al despuntar,
él también se irá volando cual mis sueños han volado.»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

Por respuesta tan abrupta como justa sorprendido,
«no hay ya duda alguna —dije— lo que dice es aprendido;
aprendido de algún amo desdichado a quien la suerte
persiguiera sin cesar,
persiguiera hasta la muerte, hasta el punto de, en su duelo,
sus canciones terminar
y el clamor de su esperanza con el triste ritornelo
de jamás, ¡y nunca más»

Mas el cuervo provocando mi alma triste a la sonrisa,
mi sillón rodé hasta el frente al ave, al busto, a la cornisa;
luego, hundiéndome en la seda, fantasía y fantasía
dime entonces a juntar,
por saber qué pretendía aquel pájaro ominoso
de un pasado inmemorial,
aquel hosco, torvo, infausto, cuervo lúgubre y odioso
al graznar: «¡Nunca jamás!»

Quedé aquesto investigando frente al cuervo, en honda calma,
cuyos ojos encendidos me abrasaban pecho y alma.
Esto y más —sobre cojines reclinado— con anhelo
me empeñaba en descifrar,
sobre el rojo terciopelo do imprimía viva huella
luminosa mi fanal—
terciopelo cuya púrpura ¡ay! jamás volverá élla
a oprimir —¡Ah! ¡Nunca más!

Parecióme el aire, entonces,
por incógnito incensario
que un querube columpiase
de mi alcoba en el santuario,
perfumado —«Miserable ser —me dije— Dios te ha oído,
y por medio angelical,
tregua, tregua y el olvido del recuerdo de Leonora
te ha venido hoy a brindar:
¡bebe! bebe ese nepente, y así todo olvida ahora.
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

«Eh, profeta —dije— o duende,
mas profeta al fin, ya seas
ave o diablo — ya te envía
la tormenta, ya te veas
por los ábregos barrido a esta playa,
desolado
pero intrépido, a este hogar

por los males devastado,
dime, dime, te lo imploro:
¿Llegaré jamas a hallar
algún bálsamo o consuelo para el mal que triste lloro?»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

«¡Oh, Profeta —dije— o diablo —Por ese ancho combo velo
de zafir que nos cobija, por el mismo Dios del Cielo
a quien ambos adoramos, dile a esta alma adolorida,
presa infausta del pesar,
sí jamás en otra vida la doncella arrobadora
a mi seno he de estrechar,
la alma virgen a quien llaman los arcángeles Leonora!»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

«Esa voz,
oh cuervo, sea
la señal
de la partida.
grité alzándome: —¡Retorna,
vuelve a tu hórrida guarida,
la plutónica ribera de la noche y de la bruma!...
de tu horrenda falsedad
en memoria, ni una pluma dejes, negra, ¡El busto deja!
¡Deja en paz mi soledad!
¡Quita el pico de mi pecho! De mi umbral tu forma aleja...»
Dijo el cuervo: «¡Nunca más!»

Y aún el cuervo inmóvil, fijo, sigue fijo en la escultura,
sobre el busto que ornamenta de mi puerta la moldura....
y sus ojos son los ojos de un demonio que, durmiendo,
las visiones ve del mal;
y la luz sobre él cayendo, sobre el suelo arroja trunca
su ancha sombra funeral,
y mi alma de esa sombra que en el suelo flota... ¡nunca
se alzará..., nunca jamás!

El Cuervo es un poema de Edgar Allan Poe.
Fuente: Wikisource.

Homenaje de Los Simpson al poema:

viernes, 11 de junio de 2010

Algunos datos sobre el agua embotellada

Procedentes de TechEbblog, The Facts About Bottle Water, incluyendo entre otros algunos tan interesantes como que…
  • El precio del agua embotellada puede ser hasta 10.000 veces más caro que el del ague del grifo.
  • El 40 por ciento del agua embotellada en realidad procede de fuentes municipales (vamos, que es agua del grifo).
  • El 22 por ciento de las botellas contienen algún tipo de contaminante químico por encima de los niveles permitidos.
  • Se emplean 17 millones de barriles de petróleo anualmente para fabricar botellas de plástico de agua, con lo que se podría producir la gasolina para mover un millón de coches durante un año.
  • Sólo una de cada cuatro botellas de plástico se recicla.

Visto en Eco Microsiervos

jueves, 10 de junio de 2010

PPPs?

Interesante extracto de una charla del Congreso IADCRO, en la que el Profesor Antonio Pozuelo (Dr. en Etología) cuestiona la existencia de las razas de perros potencialmente peligrosos.







Tampoco tiene desperdicio la charla de Rosana Alvarez.







Visto en Espacio de relajación.

miércoles, 9 de junio de 2010

Excusatio non petita...

Excusatio non petita, accusatio manifesta es una locución latina de origen medieval. La traducción literal es "excusa no pedida, manifiesta acusación".

Significa que todo aquel que se disculpa de una falta sin que nadie le haya pedido tales disculpas se está señalando como autor de la falta. En español se podría traducir por las expresiones "quien se excusa, se acusa", "disculpa no pedida o culpa manifiesta".

Fuente, Wikipedia.

jueves, 3 de junio de 2010

El gato negro

No espero ni pido que alguien crea en el extraño aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.

Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.

Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.

Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.

Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.

Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol?-, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.

Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.

Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.

El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.

La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: "¡Incendio!" Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.

No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras "¡extraño!, ¡curioso!" y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.

Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.

Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.

Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.

Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.

Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.

Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.

Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.

El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.

Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra..., ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!

Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.

Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.

Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.

Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.

El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a dudas, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.

No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: "Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano".

Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.

Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.

Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.

-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida... (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes... ¿ya se marchan ustedes, caballeros?... tienen una gran solidez.

Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.

¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.

Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!