Un poco al hilo de lo que decíamos ayer:
miércoles, 31 de octubre de 2007
martes, 30 de octubre de 2007
Kent Hovind: Ignorancia Humana Ilimitada
Los debates entre creacionistas y evolucionistas siempre son fuente de diversión. Realmente da risa, o vergüenza ajena, leer a personas que se autoproclaman científicos decir tonterías como las que dicen, que si las escuchas de la boca de un niño (muy niño) como forma de simplificar ciertas cosas, tienen un pase, pero en boca de adultos.....
Kent Hovind es uno de esos. Un "científico" creacionista. ¿No deberían se deberían de excluir mutuamente ambas cosas? Alguien, que sin duda le aprecia, le ha dedicado un emotivo vídeo.
Kent Hovind es uno de esos. Un "científico" creacionista. ¿No deberían se deberían de excluir mutuamente ambas cosas? Alguien, que sin duda le aprecia, le ha dedicado un emotivo vídeo.
Búscate la vida
Ya hace años que dejaron de emitir Búscate la vida, pero se echan de menos series como ésta.
Humor de lo más aburdo pero que hace reir. Gracias a Youtube, ahora podemos rememorar algunos de los episodios.
A ver si alguna cadena de televisión valiente se atreve a reponerla, mientras, en eMule están todos, en calidad bastante mala, pero algo es algo.
Uno de mis episodios favoritos, Los obreros de la construcción, en dos partes:
Humor de lo más aburdo pero que hace reir. Gracias a Youtube, ahora podemos rememorar algunos de los episodios.
A ver si alguna cadena de televisión valiente se atreve a reponerla, mientras, en eMule están todos, en calidad bastante mala, pero algo es algo.
Uno de mis episodios favoritos, Los obreros de la construcción, en dos partes:
lunes, 29 de octubre de 2007
Os animais de dous en dous ua!
Hace no mucho tiempo salió a la calle un anuncio que versionaba una canción antibelicista irlandesa de principios del siglo XIX, "Johnny I Hardly Knew Ye", de la que más adelante los americanos hicieron su propia versión, belicista.
De está melodía se han hecho numerosas versiones, para películas como "How the west was won" de John Ford, "Teléfono Rojo: ¿Volamos hacia Moscú?" de kubrick e incluso en "Jungla de Cristal 3 La venganza" o Antz. También se hicieron varias versiones para canciones infantiles de esta melodía, basada en la historia del Arca de Noe, precisamente en la que se basa el anuncio
El 23 de octubre el grupo “Luar na Lubre” sacó su nuevo disco “Camiños da fin da terra” donde tienen una versión, muy buena, de esta canción.
La cuestión es: ¿influye tanto la publicidad para que un grupo de esta categoría haga su propia versión de una canción, que aunque de origen irlandés, se ha vuelto a poner de moda gracias a un anuncio de publicidad?, ¿están aprovechando el tirón que tuvo el jingle del anuncio o están recuperando canciones populares?
Este es el video de la canción, grabado íntegramente en Catoira, donde se celebra anualmente la fiesta del Desembarco Vikingo
Visto en: IdeasFrescas
De está melodía se han hecho numerosas versiones, para películas como "How the west was won" de John Ford, "Teléfono Rojo: ¿Volamos hacia Moscú?" de kubrick e incluso en "Jungla de Cristal 3 La venganza" o Antz. También se hicieron varias versiones para canciones infantiles de esta melodía, basada en la historia del Arca de Noe, precisamente en la que se basa el anuncio
El 23 de octubre el grupo “Luar na Lubre” sacó su nuevo disco “Camiños da fin da terra” donde tienen una versión, muy buena, de esta canción.
La cuestión es: ¿influye tanto la publicidad para que un grupo de esta categoría haga su propia versión de una canción, que aunque de origen irlandés, se ha vuelto a poner de moda gracias a un anuncio de publicidad?, ¿están aprovechando el tirón que tuvo el jingle del anuncio o están recuperando canciones populares?
Este es el video de la canción, grabado íntegramente en Catoira, donde se celebra anualmente la fiesta del Desembarco Vikingo
Visto en: IdeasFrescas
sábado, 27 de octubre de 2007
viernes, 26 de octubre de 2007
Evolucionando
Calella, ciudad catalana de unos 17000 habitantes, se acaba de proclamar ciudad no taurina y amiga de los animales. Al parecer no es la única y, lentamente, el número va aumentando.
Según www.latortura.es, estos son los 45 Municipios y/o poblaciones cuyos ayuntamientos se han declarado contrarios a la barbarie taurina y amigos de los toros y demás animales.
* Tossa de Mar (1989 - Girona)
* Vilamacolum (1991 - Catalunya)
* La Vajol (1991 - Catalunya)
* Palafrugell (1991 - Catalunya)
* Calonge (1997 - Girona)
* Barcelona (2004 ciudad)
* Torelló (2004 - Barcelona)
* Calldetenes (2004 - Barcelona)
* Olot (2004 - Girona)
* Ripoll (2004 - Girona)
* Tavertet ( 2004 - Barcelona)
* Manlleu (2004 - Barcelona)
* Granollers (2004 - Barcelona)
* Valls (2004 - Tarragona)
* Molins de Rei (2004 - Barcelona)
* Sant Feliu de Llobregat (2004 - Barcelona)
* Bellpuig (2005 - Lleida)
* Coslada (2005 - Madrid)
* Abrera (2005 - Barcelona)
* Sitges (2005 - Penedès)
* Sant Cugat (2005 - Barcelona)
* Banyoles (2005 - Girona)
* Cerdanyola (2006 - Barcelona)
* Sant Andreu de la Barca (2006 - Barcelona)
* Mollet del Vallès (abril 2006 - Barcelona)
* Teià (mayo 2006 - Barcelona)
* Sant Quirze de Besora (mayo 2006 - Barcelona)
* Gironella (mayo 2006 - Barcelona)
* Cabrera de Mar (mayo 2006 - Barcelona)
* Biure de l'Alt Empordà (mayo 2006 - Girona)
* CABANES de l'Alt Empordà (junio 2006 - Girona)
* Sant Iscle de Vallalta (junio 2006 - Barcelona)
* GUISSONA (junio 2006 - Lleida)
* Torrebesses (agosto 2006 - Lleida)
* Moià (septiembre 2006 - Barcelona)
* Artesa (septiembre 2006 - Lleida)
* Vilabertran (septiembre 2006 - Girona)
* Sanaüja (octubre 2006 - Lleida)
* Torrelavit (octubre 2006 - Penedès)
* Riudarenes (noviembre 2006 - Girona)
* Fornells de la Selva (febrero 2007 - Girona)
* Brunyola (marzo 2007 - Girona)
* Fatarella (julio 2007 - Tarragona)
* Morera de Montsant (octubre 2007 - Tarragona)
Casualmente son todas de Cataluña, comunidad bastante por delante del resto en temas de protección animal. A los que vivimos en la "periferia" del primer mundo nos tocará esperar unas décadas hasta que por selección natural los políticos paletos que nos gobiernan en la actualidad pasen a mejor vida y gente con nuevas formas de ver las cosas nos lleve por otros caminos menos desastrosos para nosotros y, lo que es peor, para aquellos que han tenido la desgracia de ser nuestros vecinos de planeta.
No voy a escribir nada referente a cuánto me gustaría que algo así pasara en mi ciudad porque cuando fantaseo, prefiero hacerlo con otras cosas más probables como, no sé, que Gandalf se jubile y me ceda su bastón y sus conocimientos para ser su sucesor. :)
Visto en: pacma.es
Según www.latortura.es, estos son los 45 Municipios y/o poblaciones cuyos ayuntamientos se han declarado contrarios a la barbarie taurina y amigos de los toros y demás animales.
* Tossa de Mar (1989 - Girona)
* Vilamacolum (1991 - Catalunya)
* La Vajol (1991 - Catalunya)
* Palafrugell (1991 - Catalunya)
* Calonge (1997 - Girona)
* Barcelona (2004 ciudad)
* Torelló (2004 - Barcelona)
* Calldetenes (2004 - Barcelona)
* Olot (2004 - Girona)
* Ripoll (2004 - Girona)
* Tavertet ( 2004 - Barcelona)
* Manlleu (2004 - Barcelona)
* Granollers (2004 - Barcelona)
* Valls (2004 - Tarragona)
* Molins de Rei (2004 - Barcelona)
* Sant Feliu de Llobregat (2004 - Barcelona)
* Bellpuig (2005 - Lleida)
* Coslada (2005 - Madrid)
* Abrera (2005 - Barcelona)
* Sitges (2005 - Penedès)
* Sant Cugat (2005 - Barcelona)
* Banyoles (2005 - Girona)
* Cerdanyola (2006 - Barcelona)
* Sant Andreu de la Barca (2006 - Barcelona)
* Mollet del Vallès (abril 2006 - Barcelona)
* Teià (mayo 2006 - Barcelona)
* Sant Quirze de Besora (mayo 2006 - Barcelona)
* Gironella (mayo 2006 - Barcelona)
* Cabrera de Mar (mayo 2006 - Barcelona)
* Biure de l'Alt Empordà (mayo 2006 - Girona)
* CABANES de l'Alt Empordà (junio 2006 - Girona)
* Sant Iscle de Vallalta (junio 2006 - Barcelona)
* GUISSONA (junio 2006 - Lleida)
* Torrebesses (agosto 2006 - Lleida)
* Moià (septiembre 2006 - Barcelona)
* Artesa (septiembre 2006 - Lleida)
* Vilabertran (septiembre 2006 - Girona)
* Sanaüja (octubre 2006 - Lleida)
* Torrelavit (octubre 2006 - Penedès)
* Riudarenes (noviembre 2006 - Girona)
* Fornells de la Selva (febrero 2007 - Girona)
* Brunyola (marzo 2007 - Girona)
* Fatarella (julio 2007 - Tarragona)
* Morera de Montsant (octubre 2007 - Tarragona)
Casualmente son todas de Cataluña, comunidad bastante por delante del resto en temas de protección animal. A los que vivimos en la "periferia" del primer mundo nos tocará esperar unas décadas hasta que por selección natural los políticos paletos que nos gobiernan en la actualidad pasen a mejor vida y gente con nuevas formas de ver las cosas nos lleve por otros caminos menos desastrosos para nosotros y, lo que es peor, para aquellos que han tenido la desgracia de ser nuestros vecinos de planeta.
No voy a escribir nada referente a cuánto me gustaría que algo así pasara en mi ciudad porque cuando fantaseo, prefiero hacerlo con otras cosas más probables como, no sé, que Gandalf se jubile y me ceda su bastón y sus conocimientos para ser su sucesor. :)
Visto en: pacma.es
Etiquetas:
Antitaurino,
Protección animal
La pantera rosa
De pequeño he pasado muy buenos ratos viendo a La pantera rosa haciendo de las suyas.
Una vez más Youtube es, por mucho que algunos se esfuercen en impedirlo, una inagotable fuente de recuerdos.
Una vez más Youtube es, por mucho que algunos se esfuercen en impedirlo, una inagotable fuente de recuerdos.
jueves, 25 de octubre de 2007
martes, 23 de octubre de 2007
lunes, 22 de octubre de 2007
domingo, 21 de octubre de 2007
El verdadero saber
Saber que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe, he aquí el verdadero saber.
Etiquetas:
Frases
sábado, 20 de octubre de 2007
viernes, 19 de octubre de 2007
jueves, 18 de octubre de 2007
miércoles, 17 de octubre de 2007
Haz ruido....
Mientras unos se quejan del ruido que sufren en sus casas, otros pagan para que les atruenen los oidos con ruido ensordecedor. Es el noise, un género "musical" que consiste en mezclar sonidos de todo tipo, especialmente aquellos carentes de armonía y ritmo.
El resultado, este:
Merzbow:
Whitehouse:
El resultado, este:
Merzbow:
Whitehouse:
martes, 16 de octubre de 2007
Una fotografía que no es una fotografía
Unas 70 horas le costó a Dru Blair, Dios supremo artista del Photoshop crear esta imagen desde cero utilizando, exclusivamente, las herramientas que incorpora Photoshop. Yo he pasado otras 70 horas mirando la foto y no consigo creer que no se trate de una fotografía. Es, sencillamente, perfecta. Es más perfecta que muchas fotos reales con ligeros retoques.
En su web nos muestra un making of de "Tica", señorita que solo existía en su cabeza y ahora también en Internet para disfrute de todos, pues le ha quedado muy resultona.
¿Qué será lo siguiente? Permanezca en sintonía...
Visto en: Xatakafoto.com
En su web nos muestra un making of de "Tica", señorita que solo existía en su cabeza y ahora también en Internet para disfrute de todos, pues le ha quedado muy resultona.
¿Qué será lo siguiente? Permanezca en sintonía...
Visto en: Xatakafoto.com
Etiquetas:
Fotos
lunes, 15 de octubre de 2007
Tutulema: un analema de eclipse solar
Si salieras a ver el Sol exactamente a la misma hora todos los días durante un año, y tomaras una fotografía apuntando al mismo sitio, en la que saliera el Sol, ¿cuál sería el movimiento aparente del Sol?
Con una gran planificación y esfuerzo, esa serie de fotografías puede realizarse. La figura en forma de 8 que recorre el Sol durante el transcurso de un año se llama analema.
Todavía con más planificación y esfuerzo, una de las fotografías de la serie puede incluir un eclipse total de Sol. La imagen de arriba son ambas cosas, un analema de eclipse de sol llamado Tutulema, un término acuñado por los fotógrafos basado en la palabra “turco”, por el eclipse que hubo en Turquía.
Es ahí donde se realizó esta composición de imágenes, en Turquía, empezando en el 2005. La imagen base de la secuencia es la fase total del eclipse de sol que se pudo ver desde Side, en Turquía, el 29 de Marzo de 2006.
Además, durante la totalidad, en la parte inferior derecha, también pudo observarse Venus.
Visto en: Backendblog.com
Con una gran planificación y esfuerzo, esa serie de fotografías puede realizarse. La figura en forma de 8 que recorre el Sol durante el transcurso de un año se llama analema.
Todavía con más planificación y esfuerzo, una de las fotografías de la serie puede incluir un eclipse total de Sol. La imagen de arriba son ambas cosas, un analema de eclipse de sol llamado Tutulema, un término acuñado por los fotógrafos basado en la palabra “turco”, por el eclipse que hubo en Turquía.
Es ahí donde se realizó esta composición de imágenes, en Turquía, empezando en el 2005. La imagen base de la secuencia es la fase total del eclipse de sol que se pudo ver desde Side, en Turquía, el 29 de Marzo de 2006.
Además, durante la totalidad, en la parte inferior derecha, también pudo observarse Venus.
Visto en: Backendblog.com
Etiquetas:
Astronomía,
Fotos
domingo, 14 de octubre de 2007
Wingsuit flying
Después de ver este verano a dos tipos haciendo salto base desde uno de los picos de las Tres cimas de lavaredo, pensaba que ya no se podía hacer algo más loco. Ahora he descubierto el Wingsuit flying. A simple vista parece copiar lo que ya tiene la Ardilla voladora y mejorarlo un poco para que permita dar saltos más grandes. Parece algo menos arriesgado, aunque en estos vídeos arriesgan bastante al pasar tan cerca del suelo y montañas.
sábado, 13 de octubre de 2007
viernes, 12 de octubre de 2007
Cuanta belleza I
Algunas veces, tras adaptarse nuestros ojos a la oscuridad, aparece un cielo espectacular.
En este caso, delante de ti, se encuentra un pintoresco lago, un hermoso faldón de aurora verde. En lo alto, sobre ti, estrellas brillantes relucen en la distancia y, por un breve momento, un meteoro brillante surca el cielo.
Esta emocionante panorámica, fusionada digitalmente, fue retratada a finales del mes pasado sobre uno de los lagos Chena en Polo Norte, una ciudad de Alaska, EEUU, e incluye el cúmulo abierto de estrellas Pléyades a la derecha de la imagen.
Esta imagen es poco frecuente, no sólo por las muchas maravillas que ha capturado de forma simultánea, sino porque los lagos tan al norte suelen congelarse y por tanto dejan de ser reflectantes antes de que se pueda fotografiar un cielo así de oscuro .
Créditos & Copyright: Bud Kuenzli
Más fotos suyas, a cual más impresionante, de Auroras Borelales en Alaska.
Visto en: Observatorio.info
Etiquetas:
Fotos
jueves, 11 de octubre de 2007
Problemas que no son problemas III
Together, Dick and Rick Hoyt have run in marathons, competed in triathlons, and once even trekked 3,700 miles across America. It's truly astounding when you consider that Rick Hoyt is unable to walk or talk. But with Dick supplying the ability and dedication and Rick the inspiration and motivation, Team Hoyt exemplifies the power that is in "Together."
Etiquetas:
Vídeos
miércoles, 10 de octubre de 2007
El hombre que plantaba árboles...
... y creció felicidad.
"Si uno quiere descubrir cualidades realmente excepcionales en el carácter de un ser humano, debe tener el tiempo o la oportunidad de observar su comportamiento durante varios años. Si este comportamiento no es egoísta, si está presidido por una generosidad sin límites, si es tan obvio que no hay afán de recompensa, y además ha dejado una huella visible en la tierra, entonces no cabe equivocación posible.
Hace cuarenta años hice un largo viaje a pie a través de montañas completamente desconocidas por los turistas, atravesando la antigua región donde los Alpes franceses penetran en la Provenza. Cuando empecé mi viaje por aquel lugar todo era estéril y sin color, y la única cosa que crecía era la planta conocida como lavanda silvestre.
Cuando me aproximaba al punto más elevado de mi viaje, y tras caminar durante tres días, me encontré en medio de una desolación absoluta y acampé cerca de los vestigios de un pueblo abandonado. Me había quedado sin agua el día anterior, y por lo tanto necesitaba encontrar algo de ella. Aquel grupo de casas, aunque arruinadas como un viejo nido de avispas, sugerían que una vez hubo allí un pozo o una fuente. La había, desde luego, pero estaba seca. Las cinco o seis casas sin tejados, comidas por el viento y la lluvia, la pequeña capilla con su campanario desmoronándose, estaban allí, aparentemente como en un pueblo con vida, pero ésta había desaparecido.
Era un día de junio precioso, brillante y soleado, pero sobre aquella tierra desguarnecida el viento soplaba, alto en el cielo, con una ferocidad insoportable. Gruñía sobre los cadáveres de las casas como un león interrumpido en su comida... Tenía que cambiar mi campamento.
Tras cinco horas de andar, todavía no había hallado agua y no existía señal alguna que me diera esperanzas de encontrarla. En todo el derredor reinaban la misma sequedad, las mismas hierbas toscas. Me pareció vislumbrar en la distancia una pequeña silueta negra vertical, que parecía el tronco de un árbol solitario. De todas formas me dirigí hacia él. Era un pastor. Treinta ovejas estaban sentadas cerca de él sobre la ardiente tierra.
Me dio un sorbo de su calabaza-cantimplora, y poco después me llevó a su cabaña en un pliegue del llano. Conseguía el agua -agua excelente- de un pozo natural y profundo encima del cual había construido un primitivo torno.
El hombre hablaba poco, como es costumbre de aquellos que viven solos, pero sentí que estaba seguro de sí mismo, y confiado en su seguridad. Para mí esto era sorprendente en ese país estéril. No vivía en una cabaña, sino en una casita hecha de piedra, evidenciadora del trabajo que él le había dedicado para rehacer la ruina que debió encontrar cuando llegó. El tejado era fuerte y sólido. Y el viento, al soplar sobre él, recordaba el sonido de las olas del mar rompiendo en la playa.
La casa estaba ordenada, los platos lavados, el suelo barrido, su rifle engrasado, su sopa hirviendo en el fuego. Noté que estaba bien afeitado, que todos sus botones estaban bien cosidos y que su ropa había sido remendada con el meticuloso esmero que oculta los remiendos. Compartimos la sopa, y después, cuando le ofrecí mi petaca de tabaco, me dijo que no fumaba. Su perro, tan silencioso como él, era amigable sin ser servil.
Desde el principio se daba por supuesto que yo pasaría la noche allí. El pueblo más cercano estaba a un día y medio de distancia. Además, ya conocía perfectamente el tipo de pueblo de aquella región... Había cuatro o cinco más de ellos bien esparcidos por las faldas de las montañas, entre agrupaciones de robles albares, al final de carreteras polvorientas. Estaban habitadas por carboneros, cuya convivencia no era muy buena. Las familias, que vivían juntas y apretujadas en un clima excesivamente severo, tanto en invierno como en verano, no encontraban solución al incesante conflicto de personalidades. La ambición territorial llegaba a unas proporciones desmesuradas, en el deseo continuo de escapar del ambiente. Los hombres vendían sus carretillas de carbón en el pueblo más importante de la zona y regresaban. Las personalidades más recias se limaban entre la rutina cotidiana. Las mujeres, por su parte, alimentaban sus rencores. Existía rivalidad en todo, desde el precio del carbón al banco de la iglesia. Y encima de todo estaba el viento, también incesante, que crispaba los nervios. Había epidemias de suicidio y casos frecuentes de locura, a menudo homicida.
Había transcurrido una parte de la velada cuando el pastor fue a buscar un saquito del que vertió una montañita de bellotas sobre la mesa. Empezó a mirarlas una por una, con gran concentración, separando las buenas de las malas. Yo fumaba en mi pipa. Me ofrecí para ayudarle. Pero me dijo que era su trabajo. Y de hecho, viendo el cuidado que le dedicaba, no insistí. Esa fue toda nuestra conversación. Cuando ya hubo separado una cantidad suficiente de bellotas buenas, las separó de diez en diez, mientras iba quitando las más pequeñas o las que tenían grietas, pues ahora las examinaba más detenidamente. Cuando hubo seleccionado cien bellotas perfectas, descansó y se fue a dormir.
Se sentía una gran paz estando con ese hombre, y al día siguiente le pregunté si podía quedarme allí otro día más. Él lo encontró natural, o para ser más preciso, me dio la impresión de que no había nada que pudiera alterarle. Yo no quería quedarme para descansar, sino porque me interesó ese hombre y quería conocerle mejor. Él abrió el redil y llevó su rebaño a pastar. Antes de partir, sumergió su saco de bellotas en un cubo de agua.
Me di cuenta de que en lugar de cayado, se llevó una varilla de hierro tan gruesa como mi pulgar y de metro y medio de largo. Andando relajadamente, seguí un camino paralelo al suyo sin que me viera. Su rebaño se quedó en un valle. Él lo dejó a cargo del perro, y vino hacia donde yo me encontraba. Tuve miedo de que me quisiera censurarme por mi indiscreción, pero no se trataba de eso en absoluto: iba en esa dirección y me invitó a ir con él si no tenía nada mejor que hacer. Subimos a la cresta de la montaña, a unos cien metros.
Allí empezó a clavar su varilla de hierro en la tierra, haciendo un agujero en el que introducía una bellota para cubrir después el agujero. Estaba plantando un roble. Le pregunté si esa tierra le pertenecía, pero me dijo que no. ¿Sabía de quién era?. No tampoco. Suponía que era propiedad de la comunidad, o tal vez pertenecía a gente desconocida. No le importaba en absoluto saber de quién era. Plantó las bellotas con el máximo esmero. Después de la comida del mediodía reemprendió su siembra. Deduzco que fui bastante insistente en mis preguntas, pues accedió a responderme. Había estado plantado cien árboles al día durante tres años en aquel desierto. Había plantado unos cien mil. De aquellos, sólo veinte mil habían brotado. De éstos esperaba perder la mitad por culpa de los roedores o por los designios imprevisibles de la Providencia. Al final quedarían diez mil robles para crecer donde antes no había crecido nada.
Entonces fue cuando empecé a calcular la edad que podría tener ese hombre. Era evidentemente mayor de cincuenta años. Cincuenta y cinco me dijo. Su nombre era Elzeard Bouffier. Había tenido en otro tiempo una granja en el llano, donde tenía organizada su vida. Perdió su único hijo, y luego a su mujer. Se había retirado en soledad, y su ilusión era vivir tranquilamente con sus ovejas y su perro. Opinaba que la tierra estaba muriendo por falta de árboles. Y añadió que como no tenía ninguna obligación importante, había decidido remediar esta situación.
Como en esa época, a pesar de mi juventud, yo llevaba una vida solitaria, sabía entender también a los espíritus solitarios. Pero precisamente mi juventud me empujaba a considerar el futuro en relación a mí mismo y a cierta búsqueda de la felicidad. Le dije que en treinta años sus robles serían magníficos. Él me respondió sencillamente que, si Dios le conservaba la vida, en treinta años plantaría tantos más, y que los diez mil de ahora no serían más que una gotita de agua en el mar.
Además, ahora estaba estudiando la reproducción de las hayas y tenía un semillero con hayucos creciendo cerca de su casita. Las plantitas, que protegía de las ovejas con una valla, eran preciosas. También estaba considerando plantar abedules en los valles donde había algo de humedad cerca de la superficie de la tierra.
Al día siguiente nos separamos.
Un año más tarde empezó la Primera Guerra Mundial, en la que yo estuve enrolado durante los siguientes cinco años. Un «soldado de infantería» apenas tenía tiempo de pensar en árboles, y a decir verdad, la cosa en sí hizo poca impresión en mí. La había considerado como una afición, algo parecido a una colección de sellos, y la olvidé.
Al terminar la guerra sólo tenía dos cosas: una pequeña indemnización por la desmovilización, y un gran deseo de respirar aire fresco durante un tiempo. Y me parece que únicamente con este motivo tomé de nuevo la carretera hacia la «tierra estéril».
El paisaje no había cambiado. Sin embargo, más allá del pueblo abandonado, vislumbré en la distancia un cierto tipo de niebla gris que cubría las cumbres de las montañas como una alfombra. El día anterior había empezado de pronto a recordar al pastor que plantaba árboles. «Diez mil robles -pensaba- ocupan realmente bastante espacio». Como había visto morir a tantos hombres durante aquellos cinco años, no esperaba hallar a Elzeard Bouffier con vida, especialmente porque a los veinte años uno considera a los hombres de más de cincuenta como personas viejas preparándose para morir... Pero no estaba muerto, sino más bien todo lo contrario: se le veía extremadamente ágil y despejado: había cambiado sus ocupaciones y ahora tenía solamente cuatro ovejas, pero en cambio cien colmenas. Se deshizo de las ovejas porque amenazaban los árboles jóvenes. Me dijo -y vi por mí mismo- que la guerra no le había molestado en absoluto. Había continuado plantando árboles imperturbablemente. Los robles de 1.910 tenían entonces diez años y eran más altos que cualquiera de nosotros dos. Ofrecían un espectáculo impresionante. Me quedé con la boca abierta, y como él tampoco hablaba, pasamos el día en entero silencio por su bosque. Las tres secciones medían once kilómetros de largo y tres de ancho. Al recordar que todo esto había brotado de las manos y del alma de un hombre solo, sin recursos técnicos, uno se daba cuenta de que los humanos pueden ser también efectivos en términos opuestos a los de la destrucción...
Había perseverado en su plan, y hayas más altas que mis hombros, extendidas hasta el límite de la vista, lo confirmaban. me enseñó bellos parajes con abedules sembrados hacía cinco años (es decir, en 1.915), cuando yo estaba luchando en Verdún. Los había plantado en todos los valles en los que había intuido -acertadamente- que existía humedad casi en la superficie de la tierra. Eran delicados como chicas jóvenes, y estaban además muy bien establecidos.
Parecía también que la naturaleza había efectuado por su cuenta una serie de cambios y reacciones, aunque él no las buscaba, pues tan sólo proseguía con determinación y simplicidad en su trabajo. Cuando volvimos al pueblo, vi agua corriendo en los riachuelos que habían permanecido secos en la memoria de todos los hombres de aquella zona. Este fue el resultado más impresionante de toda la serie de reacciones: los arroyos secos hacía mucho tiempo corrían ahora con un caudal de agua fresca. Algunos de los pueblos lúgubres que menciono anteriormente se edificaron en sitios donde los romanos habían construido sus poblados, cuyos trazos aún permanecían. Y arqueólogos que habían explorado la zona habían encontrado anzuelos donde en el siglo XX se necesitaban cisternas para asegurar un mínimo abastecimiento de agua.
El viento también ayudó a esparcir semillas. Y al mismo tiempo que apareció el agua, también lo hicieron sauces, juncos, prados, jardines, flores y una cierta razón de existir. Pero la transformación se había desarrollado tan gradualmente que pudo ser asumida sin causar asombro. Cazadores adentrándose en la espesura en busca de liebres o jabalíes, notaron evidentemente el crecimiento repentino de pequeños árboles, pero lo atribuían a un capricho de la naturaleza. Por eso nadie se entrometió con el trabajo de Elzeard Bouffier. Si él hubiera sido detectado, habría tenido oposición. Pero era indetectable. Ningún habitante de los pueblos, ni nadie de la administración de la provincia, habría imaginado una generosidad tan magnífica y perseverante.
Para tener una idea más precisa de este excepcional carácter no hay que olvidar que Elzeard trabajó en una soledad total, tan total que hacía el final de su vida perdió el hábito de hablar, quizá porque no vio la necesidad de éste.
En 1.933 recibió la visita de un guardabosques que le notificó una orden prohibiendo encender fuego, por miedo a poner en peligro el crecimiento de este bosque natural. Esta era la primera vez -le dijo el hombre- que había visto crecer un bosque espontáneamente. En ese momento, Bouffier pensaba plantar hayas en un lugar a 12 Km. de su casa, y para evitar las ideas y venidas (pues contaba entonces 75 años de edad), planeó construir una cabaña de piedra en la plantación. Y así lo hizo al año siguiente.
En 1.935 una delegación del gobierno se desplazó para examinar el «bosque natural». La componían un alto cargo del Servicio de Bosques, un diputado y varios técnicos. Se estableció un largo diálogo completamente inútil, decidiéndose finalmente que algo se debía hacer... y afortunadamente no se hizo nada, salvo una única cosa que resultó útil: todo el bosque se puso bajo la protección estatal, y la obtención del carbón a partir de los árboles quedó prohibida. De hecho era imposible no dejarse cautivar por la belleza de aquellos jóvenes árboles llenos de energía, que a buen seguro hechizaron al diputado.
Un amigo mío se encontraba entre los guardabosques de esa delegación y le expliqué el misterio. Un día de la semana siguiente fuimos a ver a Elzeard Bouffier. Lo encontramos trabajando duro, a unos diez kilómetros de donde había tenido lugar la inspección.
El guardabosques sabía valorar las cosas, pues sabía cómo mantenerse en silencio. Yo le entregué a Elzeard los huevos que traía de regalo. Compartimos la comida entre los tres y después pasamos varias horas en contemplación silenciosa del paisaje...
En la misma dirección en la que habíamos venido, las laderas estaban cubiertas de árboles de seis a siete metros de altura. Al verlos recordaba aún el aspecto de la tierra en 1.913, un desierto... y ahora, una labor regular y tranquila, el aire de la montaña fresco y vigoroso, equilibrio y, sobre todo, la serenidad de espíritu, habían otorgado a este hombre anciano una salud maravillosa. Me pregunté cuántas hectáreas más de tierra iba a cubrir con árboles.
Antes de marcharse, mi amigo hizo una sugerencia breve sobre ciertas especies de árboles para los que el suelo de la zona estaba especialmente preparado. No fue muy insistente; «por la buena razón -me dijo más tarde- de que Bouffier sabe de ello más que yo». Pero, tras andar un rato y darle vueltas en su mente, añadió: «¡y sabe mucho más que cualquier persona, pues ha descubierto una forma maravillosa de ser feliz!».
Fue gracias a ese hombre que no sólo la zona, sino también la felicidad de Bouffier fue protegida. Delegó tres guardabosques para el trabajo de proteger la foresta, y les conminó a resistir y rehusar las botellas de vino, el soborno de los carboneros.
El único peligro serio ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Como los coches funcionaban con gasógeno, mediante generadores que quemaban madera, nunca había leña suficiente. La tala de robles empezó en 1.940, pero la zona estaba tan lejos de cualquier estación de tren que no hubo peligro. El pastor no se enteraba de nada. Estaba a treinta kilómetros, plantando tranquilamente, ajeno a la guerra de 1.939 como había ignorado la de 1.914.
Vi a Elzeard Bouffier por última vez en junio de 1.945. Tenía entonces ochenta y siete años. Volví a recorrer el camino de la «tierra estéril»; pero ahora en lugar del desorden que la guerra había causado en el país, un autobús regular unía el valle del Durance y la montaña. No reconocí la zona, y lo atribuí a la relativa rapidez del autobús... Hasta que vi el nombre del pueblo no me convencí de que me hallaba realmente en aquella región, donde antes sólo había ruinas y soledad.
El autobús me dejó en Vergons. En 1.913 este pueblecito de diez o doce casas tenía tres habitantes, criaturas algo atrasadas que casi se odiaban una a otra, subsistiendo de atrapar animales con trampas, próximas a las condiciones del hombre primitivo. Todos los alrededores estaban llenos de ortigas que serpenteaban por los restos de las casas abandonadas. Su condición era desesperanzadora, y una situación así raramente predispone a la virtud.
Todo había cambiado, incluso el aire. En vez de los vientos secos y ásperos que solían soplar, ahora corría una brisa suave y perfumada. Un sonido como de agua venía de la montaña. Era el viento en el bosque; pero más asombro era escuchar el auténtico sonido del agua moviéndose en los arroyos y remansos. Vi que se había construido una fuente que manaba con alegre murmullo, y lo que me sorprendió más fue que alguien había plantado un tilo a su lado, un tilo que debería tener cuatro años, ya en plena floración, como símbolo irrebatible de renacimiento.
Además, Vergons era el resultado de ese tipo de trabajo que necesita esperanza, la esperanza que había vuelto. Las ruinas y las murallas ya no estaban, y cinco casas habían sido restauradas. Ahora había veinticinco habitantes. Cuatro de ellos eran jóvenes parejas. Las nuevas casas, recién encaladas, estaban rodeadas por jardines donde crecían vegetales y flores en una ordenada confusión. Repollos y rosas, puerros y margaritas, apios y anémonas hacían al pueblo ideal para vivir.
Desde ese sitio seguí a pie. La guerra, al terminar, no había permitido el florecimiento completo de la vida, pero el espíritu de Elzeard permanecía allí. En las laderas bajas vi pequeños campos de cebada y de arroz; y en el fondo del valle verdeaban los prados.
Sólo fueron necesarios ocho años desde entonces para que todo el paisaje brillara con salud y prosperidad. Donde antes había ruinas, ahora se encontraban granjas; los viejos riachuelos, alimentados por las lluvias y las nieves que el bosque atrae, fluían de nuevo. Sus aguas alimentaban fuentes y desembocan sobre alfombras de menta fresca. Poco a poco, los pueblecitos se habían revitalizado. Gentes de otros lugares donde la tierra era más cara se habían instalado allí, aportando su juventud y su movilidad. Por las calles uno se topaba con hombres y mujeres vivos, chicos y chicas que empezaban a reír y que habían recuperado el gusto por las excursiones. Si contábamos la población anterior, irreconocible ahora que gozaba de cierta comodidad, más de diez mil personas debían en parte su felicidad a Elzeard Bouffier.
Por eso, cuando reflexiono sobre aquel hombre armado únicamente por sus fuerzas físicas y morales, capaz de hacer surgir del desierto esa tierra de Canán, me convenzo de que a pesar de todo la humanidad es admirable. Cuando reconstruyo la arrebatadora grandeza de espíritu y la tenacidad y benevolencia necesaria para dar lugar a aquel fruto, me invade un respeto sin límites por aquel hombre anciano y supuestamente analfabeto, un ser que completó una tarea digna de Dios.
(Elzeard Bouffier murió pacíficamente en 1.947 en el hospicio de Banon)."
El HOMBRE QUE PLANTABA ARBOLES
GIONO, JEAN
Editorial: OlaÑeta
Idioma: Español
ISBN: 8497163141
"Si uno quiere descubrir cualidades realmente excepcionales en el carácter de un ser humano, debe tener el tiempo o la oportunidad de observar su comportamiento durante varios años. Si este comportamiento no es egoísta, si está presidido por una generosidad sin límites, si es tan obvio que no hay afán de recompensa, y además ha dejado una huella visible en la tierra, entonces no cabe equivocación posible.
Hace cuarenta años hice un largo viaje a pie a través de montañas completamente desconocidas por los turistas, atravesando la antigua región donde los Alpes franceses penetran en la Provenza. Cuando empecé mi viaje por aquel lugar todo era estéril y sin color, y la única cosa que crecía era la planta conocida como lavanda silvestre.
Cuando me aproximaba al punto más elevado de mi viaje, y tras caminar durante tres días, me encontré en medio de una desolación absoluta y acampé cerca de los vestigios de un pueblo abandonado. Me había quedado sin agua el día anterior, y por lo tanto necesitaba encontrar algo de ella. Aquel grupo de casas, aunque arruinadas como un viejo nido de avispas, sugerían que una vez hubo allí un pozo o una fuente. La había, desde luego, pero estaba seca. Las cinco o seis casas sin tejados, comidas por el viento y la lluvia, la pequeña capilla con su campanario desmoronándose, estaban allí, aparentemente como en un pueblo con vida, pero ésta había desaparecido.
Era un día de junio precioso, brillante y soleado, pero sobre aquella tierra desguarnecida el viento soplaba, alto en el cielo, con una ferocidad insoportable. Gruñía sobre los cadáveres de las casas como un león interrumpido en su comida... Tenía que cambiar mi campamento.
Tras cinco horas de andar, todavía no había hallado agua y no existía señal alguna que me diera esperanzas de encontrarla. En todo el derredor reinaban la misma sequedad, las mismas hierbas toscas. Me pareció vislumbrar en la distancia una pequeña silueta negra vertical, que parecía el tronco de un árbol solitario. De todas formas me dirigí hacia él. Era un pastor. Treinta ovejas estaban sentadas cerca de él sobre la ardiente tierra.
Me dio un sorbo de su calabaza-cantimplora, y poco después me llevó a su cabaña en un pliegue del llano. Conseguía el agua -agua excelente- de un pozo natural y profundo encima del cual había construido un primitivo torno.
El hombre hablaba poco, como es costumbre de aquellos que viven solos, pero sentí que estaba seguro de sí mismo, y confiado en su seguridad. Para mí esto era sorprendente en ese país estéril. No vivía en una cabaña, sino en una casita hecha de piedra, evidenciadora del trabajo que él le había dedicado para rehacer la ruina que debió encontrar cuando llegó. El tejado era fuerte y sólido. Y el viento, al soplar sobre él, recordaba el sonido de las olas del mar rompiendo en la playa.
La casa estaba ordenada, los platos lavados, el suelo barrido, su rifle engrasado, su sopa hirviendo en el fuego. Noté que estaba bien afeitado, que todos sus botones estaban bien cosidos y que su ropa había sido remendada con el meticuloso esmero que oculta los remiendos. Compartimos la sopa, y después, cuando le ofrecí mi petaca de tabaco, me dijo que no fumaba. Su perro, tan silencioso como él, era amigable sin ser servil.
Desde el principio se daba por supuesto que yo pasaría la noche allí. El pueblo más cercano estaba a un día y medio de distancia. Además, ya conocía perfectamente el tipo de pueblo de aquella región... Había cuatro o cinco más de ellos bien esparcidos por las faldas de las montañas, entre agrupaciones de robles albares, al final de carreteras polvorientas. Estaban habitadas por carboneros, cuya convivencia no era muy buena. Las familias, que vivían juntas y apretujadas en un clima excesivamente severo, tanto en invierno como en verano, no encontraban solución al incesante conflicto de personalidades. La ambición territorial llegaba a unas proporciones desmesuradas, en el deseo continuo de escapar del ambiente. Los hombres vendían sus carretillas de carbón en el pueblo más importante de la zona y regresaban. Las personalidades más recias se limaban entre la rutina cotidiana. Las mujeres, por su parte, alimentaban sus rencores. Existía rivalidad en todo, desde el precio del carbón al banco de la iglesia. Y encima de todo estaba el viento, también incesante, que crispaba los nervios. Había epidemias de suicidio y casos frecuentes de locura, a menudo homicida.
Había transcurrido una parte de la velada cuando el pastor fue a buscar un saquito del que vertió una montañita de bellotas sobre la mesa. Empezó a mirarlas una por una, con gran concentración, separando las buenas de las malas. Yo fumaba en mi pipa. Me ofrecí para ayudarle. Pero me dijo que era su trabajo. Y de hecho, viendo el cuidado que le dedicaba, no insistí. Esa fue toda nuestra conversación. Cuando ya hubo separado una cantidad suficiente de bellotas buenas, las separó de diez en diez, mientras iba quitando las más pequeñas o las que tenían grietas, pues ahora las examinaba más detenidamente. Cuando hubo seleccionado cien bellotas perfectas, descansó y se fue a dormir.
Se sentía una gran paz estando con ese hombre, y al día siguiente le pregunté si podía quedarme allí otro día más. Él lo encontró natural, o para ser más preciso, me dio la impresión de que no había nada que pudiera alterarle. Yo no quería quedarme para descansar, sino porque me interesó ese hombre y quería conocerle mejor. Él abrió el redil y llevó su rebaño a pastar. Antes de partir, sumergió su saco de bellotas en un cubo de agua.
Me di cuenta de que en lugar de cayado, se llevó una varilla de hierro tan gruesa como mi pulgar y de metro y medio de largo. Andando relajadamente, seguí un camino paralelo al suyo sin que me viera. Su rebaño se quedó en un valle. Él lo dejó a cargo del perro, y vino hacia donde yo me encontraba. Tuve miedo de que me quisiera censurarme por mi indiscreción, pero no se trataba de eso en absoluto: iba en esa dirección y me invitó a ir con él si no tenía nada mejor que hacer. Subimos a la cresta de la montaña, a unos cien metros.
Allí empezó a clavar su varilla de hierro en la tierra, haciendo un agujero en el que introducía una bellota para cubrir después el agujero. Estaba plantando un roble. Le pregunté si esa tierra le pertenecía, pero me dijo que no. ¿Sabía de quién era?. No tampoco. Suponía que era propiedad de la comunidad, o tal vez pertenecía a gente desconocida. No le importaba en absoluto saber de quién era. Plantó las bellotas con el máximo esmero. Después de la comida del mediodía reemprendió su siembra. Deduzco que fui bastante insistente en mis preguntas, pues accedió a responderme. Había estado plantado cien árboles al día durante tres años en aquel desierto. Había plantado unos cien mil. De aquellos, sólo veinte mil habían brotado. De éstos esperaba perder la mitad por culpa de los roedores o por los designios imprevisibles de la Providencia. Al final quedarían diez mil robles para crecer donde antes no había crecido nada.
Entonces fue cuando empecé a calcular la edad que podría tener ese hombre. Era evidentemente mayor de cincuenta años. Cincuenta y cinco me dijo. Su nombre era Elzeard Bouffier. Había tenido en otro tiempo una granja en el llano, donde tenía organizada su vida. Perdió su único hijo, y luego a su mujer. Se había retirado en soledad, y su ilusión era vivir tranquilamente con sus ovejas y su perro. Opinaba que la tierra estaba muriendo por falta de árboles. Y añadió que como no tenía ninguna obligación importante, había decidido remediar esta situación.
Como en esa época, a pesar de mi juventud, yo llevaba una vida solitaria, sabía entender también a los espíritus solitarios. Pero precisamente mi juventud me empujaba a considerar el futuro en relación a mí mismo y a cierta búsqueda de la felicidad. Le dije que en treinta años sus robles serían magníficos. Él me respondió sencillamente que, si Dios le conservaba la vida, en treinta años plantaría tantos más, y que los diez mil de ahora no serían más que una gotita de agua en el mar.
Además, ahora estaba estudiando la reproducción de las hayas y tenía un semillero con hayucos creciendo cerca de su casita. Las plantitas, que protegía de las ovejas con una valla, eran preciosas. También estaba considerando plantar abedules en los valles donde había algo de humedad cerca de la superficie de la tierra.
Al día siguiente nos separamos.
Un año más tarde empezó la Primera Guerra Mundial, en la que yo estuve enrolado durante los siguientes cinco años. Un «soldado de infantería» apenas tenía tiempo de pensar en árboles, y a decir verdad, la cosa en sí hizo poca impresión en mí. La había considerado como una afición, algo parecido a una colección de sellos, y la olvidé.
Al terminar la guerra sólo tenía dos cosas: una pequeña indemnización por la desmovilización, y un gran deseo de respirar aire fresco durante un tiempo. Y me parece que únicamente con este motivo tomé de nuevo la carretera hacia la «tierra estéril».
El paisaje no había cambiado. Sin embargo, más allá del pueblo abandonado, vislumbré en la distancia un cierto tipo de niebla gris que cubría las cumbres de las montañas como una alfombra. El día anterior había empezado de pronto a recordar al pastor que plantaba árboles. «Diez mil robles -pensaba- ocupan realmente bastante espacio». Como había visto morir a tantos hombres durante aquellos cinco años, no esperaba hallar a Elzeard Bouffier con vida, especialmente porque a los veinte años uno considera a los hombres de más de cincuenta como personas viejas preparándose para morir... Pero no estaba muerto, sino más bien todo lo contrario: se le veía extremadamente ágil y despejado: había cambiado sus ocupaciones y ahora tenía solamente cuatro ovejas, pero en cambio cien colmenas. Se deshizo de las ovejas porque amenazaban los árboles jóvenes. Me dijo -y vi por mí mismo- que la guerra no le había molestado en absoluto. Había continuado plantando árboles imperturbablemente. Los robles de 1.910 tenían entonces diez años y eran más altos que cualquiera de nosotros dos. Ofrecían un espectáculo impresionante. Me quedé con la boca abierta, y como él tampoco hablaba, pasamos el día en entero silencio por su bosque. Las tres secciones medían once kilómetros de largo y tres de ancho. Al recordar que todo esto había brotado de las manos y del alma de un hombre solo, sin recursos técnicos, uno se daba cuenta de que los humanos pueden ser también efectivos en términos opuestos a los de la destrucción...
Había perseverado en su plan, y hayas más altas que mis hombros, extendidas hasta el límite de la vista, lo confirmaban. me enseñó bellos parajes con abedules sembrados hacía cinco años (es decir, en 1.915), cuando yo estaba luchando en Verdún. Los había plantado en todos los valles en los que había intuido -acertadamente- que existía humedad casi en la superficie de la tierra. Eran delicados como chicas jóvenes, y estaban además muy bien establecidos.
Parecía también que la naturaleza había efectuado por su cuenta una serie de cambios y reacciones, aunque él no las buscaba, pues tan sólo proseguía con determinación y simplicidad en su trabajo. Cuando volvimos al pueblo, vi agua corriendo en los riachuelos que habían permanecido secos en la memoria de todos los hombres de aquella zona. Este fue el resultado más impresionante de toda la serie de reacciones: los arroyos secos hacía mucho tiempo corrían ahora con un caudal de agua fresca. Algunos de los pueblos lúgubres que menciono anteriormente se edificaron en sitios donde los romanos habían construido sus poblados, cuyos trazos aún permanecían. Y arqueólogos que habían explorado la zona habían encontrado anzuelos donde en el siglo XX se necesitaban cisternas para asegurar un mínimo abastecimiento de agua.
El viento también ayudó a esparcir semillas. Y al mismo tiempo que apareció el agua, también lo hicieron sauces, juncos, prados, jardines, flores y una cierta razón de existir. Pero la transformación se había desarrollado tan gradualmente que pudo ser asumida sin causar asombro. Cazadores adentrándose en la espesura en busca de liebres o jabalíes, notaron evidentemente el crecimiento repentino de pequeños árboles, pero lo atribuían a un capricho de la naturaleza. Por eso nadie se entrometió con el trabajo de Elzeard Bouffier. Si él hubiera sido detectado, habría tenido oposición. Pero era indetectable. Ningún habitante de los pueblos, ni nadie de la administración de la provincia, habría imaginado una generosidad tan magnífica y perseverante.
Para tener una idea más precisa de este excepcional carácter no hay que olvidar que Elzeard trabajó en una soledad total, tan total que hacía el final de su vida perdió el hábito de hablar, quizá porque no vio la necesidad de éste.
En 1.933 recibió la visita de un guardabosques que le notificó una orden prohibiendo encender fuego, por miedo a poner en peligro el crecimiento de este bosque natural. Esta era la primera vez -le dijo el hombre- que había visto crecer un bosque espontáneamente. En ese momento, Bouffier pensaba plantar hayas en un lugar a 12 Km. de su casa, y para evitar las ideas y venidas (pues contaba entonces 75 años de edad), planeó construir una cabaña de piedra en la plantación. Y así lo hizo al año siguiente.
En 1.935 una delegación del gobierno se desplazó para examinar el «bosque natural». La componían un alto cargo del Servicio de Bosques, un diputado y varios técnicos. Se estableció un largo diálogo completamente inútil, decidiéndose finalmente que algo se debía hacer... y afortunadamente no se hizo nada, salvo una única cosa que resultó útil: todo el bosque se puso bajo la protección estatal, y la obtención del carbón a partir de los árboles quedó prohibida. De hecho era imposible no dejarse cautivar por la belleza de aquellos jóvenes árboles llenos de energía, que a buen seguro hechizaron al diputado.
Un amigo mío se encontraba entre los guardabosques de esa delegación y le expliqué el misterio. Un día de la semana siguiente fuimos a ver a Elzeard Bouffier. Lo encontramos trabajando duro, a unos diez kilómetros de donde había tenido lugar la inspección.
El guardabosques sabía valorar las cosas, pues sabía cómo mantenerse en silencio. Yo le entregué a Elzeard los huevos que traía de regalo. Compartimos la comida entre los tres y después pasamos varias horas en contemplación silenciosa del paisaje...
En la misma dirección en la que habíamos venido, las laderas estaban cubiertas de árboles de seis a siete metros de altura. Al verlos recordaba aún el aspecto de la tierra en 1.913, un desierto... y ahora, una labor regular y tranquila, el aire de la montaña fresco y vigoroso, equilibrio y, sobre todo, la serenidad de espíritu, habían otorgado a este hombre anciano una salud maravillosa. Me pregunté cuántas hectáreas más de tierra iba a cubrir con árboles.
Antes de marcharse, mi amigo hizo una sugerencia breve sobre ciertas especies de árboles para los que el suelo de la zona estaba especialmente preparado. No fue muy insistente; «por la buena razón -me dijo más tarde- de que Bouffier sabe de ello más que yo». Pero, tras andar un rato y darle vueltas en su mente, añadió: «¡y sabe mucho más que cualquier persona, pues ha descubierto una forma maravillosa de ser feliz!».
Fue gracias a ese hombre que no sólo la zona, sino también la felicidad de Bouffier fue protegida. Delegó tres guardabosques para el trabajo de proteger la foresta, y les conminó a resistir y rehusar las botellas de vino, el soborno de los carboneros.
El único peligro serio ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial. Como los coches funcionaban con gasógeno, mediante generadores que quemaban madera, nunca había leña suficiente. La tala de robles empezó en 1.940, pero la zona estaba tan lejos de cualquier estación de tren que no hubo peligro. El pastor no se enteraba de nada. Estaba a treinta kilómetros, plantando tranquilamente, ajeno a la guerra de 1.939 como había ignorado la de 1.914.
Vi a Elzeard Bouffier por última vez en junio de 1.945. Tenía entonces ochenta y siete años. Volví a recorrer el camino de la «tierra estéril»; pero ahora en lugar del desorden que la guerra había causado en el país, un autobús regular unía el valle del Durance y la montaña. No reconocí la zona, y lo atribuí a la relativa rapidez del autobús... Hasta que vi el nombre del pueblo no me convencí de que me hallaba realmente en aquella región, donde antes sólo había ruinas y soledad.
El autobús me dejó en Vergons. En 1.913 este pueblecito de diez o doce casas tenía tres habitantes, criaturas algo atrasadas que casi se odiaban una a otra, subsistiendo de atrapar animales con trampas, próximas a las condiciones del hombre primitivo. Todos los alrededores estaban llenos de ortigas que serpenteaban por los restos de las casas abandonadas. Su condición era desesperanzadora, y una situación así raramente predispone a la virtud.
Todo había cambiado, incluso el aire. En vez de los vientos secos y ásperos que solían soplar, ahora corría una brisa suave y perfumada. Un sonido como de agua venía de la montaña. Era el viento en el bosque; pero más asombro era escuchar el auténtico sonido del agua moviéndose en los arroyos y remansos. Vi que se había construido una fuente que manaba con alegre murmullo, y lo que me sorprendió más fue que alguien había plantado un tilo a su lado, un tilo que debería tener cuatro años, ya en plena floración, como símbolo irrebatible de renacimiento.
Además, Vergons era el resultado de ese tipo de trabajo que necesita esperanza, la esperanza que había vuelto. Las ruinas y las murallas ya no estaban, y cinco casas habían sido restauradas. Ahora había veinticinco habitantes. Cuatro de ellos eran jóvenes parejas. Las nuevas casas, recién encaladas, estaban rodeadas por jardines donde crecían vegetales y flores en una ordenada confusión. Repollos y rosas, puerros y margaritas, apios y anémonas hacían al pueblo ideal para vivir.
Desde ese sitio seguí a pie. La guerra, al terminar, no había permitido el florecimiento completo de la vida, pero el espíritu de Elzeard permanecía allí. En las laderas bajas vi pequeños campos de cebada y de arroz; y en el fondo del valle verdeaban los prados.
Sólo fueron necesarios ocho años desde entonces para que todo el paisaje brillara con salud y prosperidad. Donde antes había ruinas, ahora se encontraban granjas; los viejos riachuelos, alimentados por las lluvias y las nieves que el bosque atrae, fluían de nuevo. Sus aguas alimentaban fuentes y desembocan sobre alfombras de menta fresca. Poco a poco, los pueblecitos se habían revitalizado. Gentes de otros lugares donde la tierra era más cara se habían instalado allí, aportando su juventud y su movilidad. Por las calles uno se topaba con hombres y mujeres vivos, chicos y chicas que empezaban a reír y que habían recuperado el gusto por las excursiones. Si contábamos la población anterior, irreconocible ahora que gozaba de cierta comodidad, más de diez mil personas debían en parte su felicidad a Elzeard Bouffier.
Por eso, cuando reflexiono sobre aquel hombre armado únicamente por sus fuerzas físicas y morales, capaz de hacer surgir del desierto esa tierra de Canán, me convenzo de que a pesar de todo la humanidad es admirable. Cuando reconstruyo la arrebatadora grandeza de espíritu y la tenacidad y benevolencia necesaria para dar lugar a aquel fruto, me invade un respeto sin límites por aquel hombre anciano y supuestamente analfabeto, un ser que completó una tarea digna de Dios.
(Elzeard Bouffier murió pacíficamente en 1.947 en el hospicio de Banon)."
El HOMBRE QUE PLANTABA ARBOLES
GIONO, JEAN
Editorial: OlaÑeta
Idioma: Español
ISBN: 8497163141
Etiquetas:
Relatos
martes, 9 de octubre de 2007
Los ácaros prefieren el sexo
La evolución de la reproducción sigue siendo un enigma. Científicos alemanes han descubierto que una familia de ácaros, tras evolucionar de una reproducción sexual a una asexual, ha vuelto a optar por el sexo.
Visto en: SmartPlanet
Visto en: SmartPlanet
lunes, 8 de octubre de 2007
Arrieros somos...
Esta vieja locución castellana (cuya acepción completa es “arrieros somos y en el camino nos encontraremos”), procedente de la terminología del mundo rural de tiempos pasados, significa advertencia o velada amenaza a una persona que ha infligido un daño sobre la posibilidad de devolver, a la menor ocasión, la ofensa recibida, aunque no necesariamente en forma de venganza, sino porque la vida da muchas vueltas y coloca a cada uno en su sitio. La frase tiene su origen en los antiguos arrieros o personas que trajinaban con bestias de carga de la región leonesa de la Maragatería, que solían mercadear entre los pueblos de la zona y utilizaban esa frase cuando se sentían estafados por algún comerciante.
Visto en: elpelao.com
Visto en: elpelao.com
Etiquetas:
Frases
domingo, 7 de octubre de 2007
viernes, 5 de octubre de 2007
jueves, 4 de octubre de 2007
Democracia
La democracia es el proceso que garantiza que no seamos gobernados mejor de lo que nos merecemos.
Etiquetas:
Frases
martes, 2 de octubre de 2007
Qué hacer cuando el entorno es hostil
Genial, una vez más, la última entrada del blog de Eduard Punset.
Me quedo con un párrafo que, por experiencia propia, me parece una grandísima verdad, en general.
Visto en: Blog de Eduar Punset
Me quedo con un párrafo que, por experiencia propia, me parece una grandísima verdad, en general.
Mucha gente y, sobre todo, muchos funcionarios se comportan de forma similar a los tunicados. Una vez instalados en la seguridad, se diría que absorben su cerebro y dejan de pensar en otras posibilidades de innovar. Esta actitud es peligrosa para ellos mismos y para el colectivo en el que están insertados.
Visto en: Blog de Eduar Punset
Etiquetas:
Ciencia
lunes, 1 de octubre de 2007
Un poquito de por favor... con "nuestro" planeta
Y pongo nuestro entrecomillado porque no es que sea nuestro en propiedad, sino porque lo compartimos junto con millones de especies más.
Mientras unos y otros siguen discutiendo si el cambio climático es o no culpa del ser humano, sigo pensando que en caso de duda la opción a elegir debe ser la prudencia. Es más sensato reducir las emisiones, aunque dentro de unos años se demostrase que no eran la causa del cambio climático, a seguir en la misma línea, que va claramente en aumento, y que dentro de unos años se confirme que las emisiones de gases eran la causa y que ya no hay vuelta atrás.
Mientras unos y otros siguen discutiendo si el cambio climático es o no culpa del ser humano, sigo pensando que en caso de duda la opción a elegir debe ser la prudencia. Es más sensato reducir las emisiones, aunque dentro de unos años se demostrase que no eran la causa del cambio climático, a seguir en la misma línea, que va claramente en aumento, y que dentro de unos años se confirme que las emisiones de gases eran la causa y que ya no hay vuelta atrás.